lunes, 15 de marzo de 2010

¿Sidra en la carabela de Juan de la Cosa?

Juan de la Cosa, de cuya muerte se cumplen 500 años el próximo 28 de febrero de 2010, y los vizcaínos que navegaron en la Santa María se preocupaban más por el agua que por otras bebidas. Es muy probable, sin embargo, que llevaran la despensa bien abastecida de sidra, producto que abundaba por aquellos tiempos en Santoña y poblaciones aledañas. Pero, antes de seguir, debo aclarar que entonces se entendía por vizcaíno a todo habitante del Cantábrico desde Santander a San Juan de Luz, y por gallego a los marinos de la zona oriental, desde la villa de Terio y Lonio hasta Tuy, de forma que cántabros y astures, como tales, no existíamos.


Digo que el agua era el principal problema con que se topaban los marinos que se proponían atravesar la Mar Océana, porque si los días de navegación eran excesivos, se hacía preciso transportar más carrales y eso suponía un problema de estiba de gran importancia. En una carabela no era posible portar sólo agua, también se precisaba dejar hueco para maderaje, carnaje, abarrotes (piezas de madera con las que se ajustaba la carga) y baratijas, chafalonía y demás zarandajas con que negociar la adquisición del codiciado oro. Una de las pruebas de que el Descubrimiento tuvo algún precedente que daba la pista a los castellanos sobre distancias y la certeza de que había tierra al otro lado fue, precisamente, que se lanzaron a la mar con agua para sólo treinta o cuarenta días. ¿Se habrían arriesgado a cruzar el Charco sin reserva suficiente para la vuelta, de no saber lo que iban a hallar?

No sé, a ciencia cierta, si en aquel primer viaje de 1492 llevaron o no sidra los expedicionarios, pues hicieron aguaje en La Gomera antes de lanzarse a la aventura, muy lejos de nuestras pomaradas. Sin embargo es probable que sí, pues era costumbre, entre los vizcaínos llevar tal bebida en las expediciones que hacían con harta frecuencia a los fríos mares del Norte. Hasta hay quien sostiene que un importante precedente del Descubrimiento con mayúsculas, fue el de las pesquerías de Terranova, anteriores a 1492. Incluso hay un puerto en dicha isla que se llama Puerto de los Vascos y, sin duda, nuestros vecinos y nosotros éramos los únicos capacitados en todo el Norte para llegar a tales latitudes. Aquellos viajes resultaban largos y peligrosos en extremo, pues no era posible cruzar en derechura el Atlántico en busca del caladero, sino que era preciso subir, entre las Islas Británicas, o bordeándolas, hacia el Norte, dejar atrás las Feroes, llegar hasta Islandia, cabotear Groenlandia, aprovechar la Corriente de Labrador y dejarse llevar hacia la que llamaron Isla de Bacallao; total largos meses de lenta navegación.

Es decir, que estaban experimentados en luchar contra los estragos que el tiempo de permanencia en alta mar produce en los marinos: en concreto, el temido escorbuto. Esta experiencia y la habilidad para enfrentarse a las temidas galernas del Cantábrico, hacía que nuestros marinos tuviesen gran prestigio en el Sur, y fueran muy apreciados por la Corona en la gesta del Descubrimiento. Si los ingleses, que también sabían lo suyo en aquellas lides, no hubiesen estado depauperados por tan seguidas guerras (la de los Cien Años con Francia y la de las Dos Rosas), quizás habrían disputado a Castilla y Portugal su primacía en el Atlántico.

Pero, ¿cuál era el secreto de la experiencia de nuestros marinos? Que tenían el remedio contra el escorbuto: la sidra. En efecto, esta temible enfermedad se produce al poco de acabar con las reservas de fruta fresca en la nave: sangran las encías, se mueven los dientes, se producen hemorragias por las piernas y, en los casos graves suele ser frecuente la ictericia, el edema, la fiebre elevada y la muerte súbita entre fuertes convulsiones. ¿Cuál es la causa de este cuadro? La avitaminosis generada por falta de vitamina “C”; y la sidra, zumo de manzana fermentado, rica en ella, servía para evitar tan temible mal.

Sabemos, por el Becerro de las Behetrías que en Santoña había sidra en abundancia. En mi último libro, “El Trujal, cuentos, leyendas e historia sobre el mundo de la sidra en Cantabria” se recoge una anécdota sobre los recaudadores del Monasterio de Santa María de Puerto, que recorrían las heredades en busca del óbolo y tenían derecho a que se les diese una jarra de sidra en cada caserío, para apagar la sed en tan duro trabajo.

Como digo, no sabemos si la Marigalante llevaba o no sidra en su sentina, pero no me extrañaría nada que así fuera. Además, para qué engañarse… es mucho mejor que el agua.

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