martes, 12 de octubre de 2010

Juan de la Cosa en Panamá (Publicado en la revista de historia Los Cántabros)

JUAN DE LA COSA EN PANAMÁ
El paso imposible

Por JAVIER TAZÓN RUESCAS
Escritor
Autor de la novela El cartógrafo de la reina (Memorias de Juan de la Cosa), Ed. Kattigara, 2010

            Es de dominio público que Colón consideraba las tierras descubiertas en 1492 como las Indias, y que esa idea le llevó a buscar, incansable, la tierra firme en la que pensaba hallar el reino del Gran Kan, del que tanto había hablado Marco Polo.


            En el segundo viaje el genovés se propuso alcanzar las tierras del emperador de China; era cuestión de tesón, virtud de la que andaba sobrado.  Además, urgía lavar la cara de la primera expedición, que fue exitosa en tanto que Castilla tomó posesión de unas tierras desconocidas gracias al apoyo papal, pero que resultó improductiva pues no descubrió el emplazamiento de las prometidas minas de oro. No eran aquellos buenos tiempos para este tipo de fracasos; sabido es que las arcas de la Corona estaban vacías como consecuencia de la costosa conquista de Granada. Los reyes parecían nerviosos, querían resultados.
            Una vez fundada la ciudad de Isabela y tomadas las medidas más urgentes que requería la novísima colonia, Colón se hizo a la mar.

            ¡Esta isla es continente, porque lo digo yo!
            El 24 de abril de 1494, con una nao y dos carabelas, Colón zarpa hacia Cuba. Arriba a la bahía de Puerto Grande (Guantánamo); pasa luego a Jamaica; reposa en las islas de Macaca (Jardín de la Reina) y vuelve a Cuba. «Trata de averiguar de los naturales acerca de la insularidad de la isla y, ofuscado por noticias contradictorias, y con el pensamiento fijo en la Mangi, de Marco Polo, cree haber llegado a tierra firme y ordena se otorgue una extraña escritura en la que obliga a firmar a los tripulantes ese concepto, equivocado producto de sus ideas obsesionantes».[i]
            En su afán por justificar la pericia de Colón, que suponía maestro de Juan de la Cosa, don Antonio Ballesteros Bareta asegura que tal documento es un claro ejemplo de la subordinación del cántabro al criterio científico del nauta genovés, pues el marino de Santoña firmó entre los primeros ese documento.[ii] El deseo por resaltar la subordinación técnica de nuestro compatriota al Almirante es reiterado en varias ocasiones por el ilustre historiador y supone, quizás, el único desacierto en su magnífica obra compiladora de la vida del cartógrafo, el tratado más compendioso y sistemático que se ha escrito sobre la materia.[iii] Si Juan de la Cosa firmó un documento contrario a su opinión y a la realidad física que tenía ante sus ojos,  lo hizo en aras de la concordia con el Almirante, al que había de vigilar, como el mismo Ballesteros supone en más de un pasaje de su obra.
Queda patente, sin embargo, la intención coercitiva del Almirante a tenor del documento, en el que puede leerse: «Y porque después del viaje acabado que nadie no tenga causa, con malicias o por mal decir, de apocar las cosas que merecen mucho loor, requirió a mí el Escribano el dicho señor Almirante, como de suso lo reza de parte de sus Altezas, que yo personalmente, con buenos testigos, fuese a cada una de las dichas tres carabelas e requiriese al Maestre e compaña e a toda otra gente que en ellas son públicamente, que dijesen si tenían duda alguna que esta tierra no fuese la tierra firme al comienzo de las Indias y fin a quien en estas partes quisiere venir de España por tierra, e que si alguna duda o sabiduría dello toviesen, que les rogaba que lo dijesen, porque luego les quitaría la duda, y les faría ver que esto es cierto y que la tierra es firme. E yo así lo cumplí y requerí públicamente aquí en esta carabela Niña al Maestre y compaña». [iv]
Es decir, que todos y cada uno de los marinos, del cartógrafo al grumete, habían de afirmar lo que quería el Almirante, que aquella tierra no era isla, sino continente, y ¡ay de aquel que se desdijese! Así continúa el escribano: «y les puse pena de diez mil maravedís por cada vez que el contrario dijese, de lo que agora diría, e cortada la lengua; y si fuere grumete o persona de tal suerte, que le daría cien azotes, más le cortaría la lengua»[v]. El profesor Ballesteros asegura que «juramento más desbaratado no puede concebirse».[vi]

La búsqueda de un paso hacia la Especiería.
            Todos sabían, sin embargo, que aquella tierra alargada a la que denominaron por su nombre indígena, era una isla. Pocos años después quedó reflejada la insularidad de Cuba en el Mapamundi elaborado por Juan de la Cosa.
            Los Reyes Católicos comprendieron que con el Almirante, Virrey y Juez General, no iban a encontrar oro fácilmente, empecinado como estaba en asegurar que habían llegado a Asia y en refrenar cualquier iniciativa de la que sospechase una posible competencia.
Esta incapacidad estratégica de Colón les impulsó a abrir las puertas de la navegación hacia poniente a aventureros animosos y carentes de escrúpulos. Incumplieron los monarcas, de esta forma, los pactos que tenían con el Almirante y sus descendientes, dando motivo para los interminables pleitos colombinos.
En los llamados Viajes Andaluces,  participó Juan de la Cosa acompañando a ilustres figuras del Descubrimiento como Vespuccio, Ojeda, Nicuesa y Bastidas. También viajó en solitario por los mismos derroteros en su quinta salida. Llama la atención, sin embargo, el hecho de que todos los periplos que el marino cántabro desarrolló tuviesen igual, no pasando nunca del Darién y Urabá, en la actual Panamá.
Vicente Yáñez Pinzón, su hermano Francisco y Vespuccio, sin embargo, navegaron en otra dirección, por la costa brasileña, hacia el Sur más allá de la desembocadura del Orinoco. Ambas rutas pretendían hallar el paso hacia los mares de más allá, del Oeste, lo que les permitirían llegar al país de las especias.

Expediciones a la Especiería.
Ya en 1500, cuando Juan de la Cosa confeccionó su Mapamundi en el Puerto de Santa María, situó una estratégica estampa de San Cristóbal justo sobre los territorios de Urabá, en el istmo de Panamá. La imagen religiosa abarcaba todo el territorio cuya costa, precisamente hacia el 1500, era de trazo desconocido. Se suponía, sin embargo, que allí se escondía el paso hacia el Océano Pacífico. No debe de olvidarse que aquel portulano era más un informe militar, para uso de los reyes, que una bonita pieza con la que comerciar. La presencia del pío cajetín indica que los marinos sospechaban por aquel entonces que, bajo su trazado cuadrangular, se hallaba la ansiada vía marítima que llevaría las banderas de Castilla hasta el genuino Cipango.
En 1505, cuando el rey Fernando finalizaba su primera regencia, la necesidad del oro y, en consecuencia, de llegar a las Indias era absoluta. Iban para doce los años de descubrimientos de menor cuantía, dominios sobre selvas impenetrables, hallazgos de enfermedades y muerte. Se decía que América era el lugar al que iban los castellanos a mal morir. Urgía hallar una esperanza, algún descubrimiento que justificara tantos esfuerzos y penalidades. Para lograrlo, el rey convocó la Junta de Toro, a la que asistieron Vicente Yáñez Pinzón y Américo Vespuccio.  A estos señores se les iba a encargar formar flota para «ir a descubrir por el Océano a ciertas partes»[vii], e incluso se llegó a encargar la compra de dos naves a Martín Sánchez Zamudio, vecino de Bilbao.
Renunció, sin embargo, el rey Fernando a la regencia y Felipe I, aunque también hizo suya la necesidad de mantener la flota de la Especiería, no era monarca de la habilidad y talla política de su predecesor y no llegó a realizar gestión alguna encaminada a la formación de la flota.
Hubo de esperarse al año 1508 y al retorno de Nápoles de don Fernando, para hacerse cargo de la segunda regencia. Una de las primeras órdenes que da, a través del obispo Fonseca, se refiere a una nueva junta de pilotos, a celebrar en Burgos, pues ordenó al prelado el pago de los gastos para el viaje a  los marinos participantes.[viii]
Cuatro eran los pilotos que concurrieron: Américo Vespuccio, Vicente Yáñez Pinzón, Juan Díaz de Solis y Juan de la Cosa. El de Santoña había venido ejerciendo como piloto de la Casa de Contratación desde su fundación y el florentino y el palense cobraban de la misma institución, a decir de don Antonio Ballesteros, «en tanto que se ocuparon en lo de la Armada; alusión indudable a la que se preparaba para la Especiería».[ix]
            Nada se sabe del contenido de la Junta de Burgos, aunque hemos de colegir que se trató de la expedición a la Especiería, para lo que nos basamos en dos razones: una, porque el tal Juan Díaz de Solís, que no se sabe a ciencia cierta si era o no portugués, había prestado servicios en la «Casa da India» del reino luso y era un experto en latitudes asiáticas. El rey católico pretendía evitar la repetición de bochornosas discusiones sobre si tal o cual isla era o no Cipango. Así, el rey les dice a los pilotos de la Casa de Contratación, en marzo de 1508, lo siguiente: «En lo del salario que hicisteis a Juan Díaz de Solís y a los otros, fue muy bien fecho y, así mismo, acoger en dicha compañía al dicho Juan Díaz por ser, según decís, persona de mucha experiencia e de que yo podré servirme para las cosas de descubrir».[x]
            Pero hay otra razón más clara, la necesidad de ocultar el contenido de la reunión para dar esquinazo a los espías de Portugal. Era, pues, preciso que todos los implicados mantuviesen en secreto los preparativos. Fue el rey Felipe I el que se fue de la lengua. Así se expresa don Antonio Ballesteros al respecto: «De los asuntos tratados en la Junta de Burgos, nada se sabe en concreto, pero hoy no puede ponerse en duda que los reunidos se ocuparon de la expedición a la Especiería. La Junta de Toro había tratado del candente asunto de las islas de las especias. El Rey Católico, por no despertar los recelos de Portugal, había callado el objeto de la reunión de Toro, pero Felipe I, con su habitual necedad, reveló en sus cartas los proyectos de don Fernando. Interrumpida la empresa por la muerte de don Felipe, recogía las riendas del poder el Rey Católico y reanudaba la preparación de sus planes; así como recomendó el sigilo en Toro, volvía a practicarlo en Burgos. Por eso, no ha quedado rastro de los asuntos tratados en aquella Junta».[xi]

Las dos rutas.
            Parece ser que Juan de la Cosa fue encargado de seguir navegando por el Caribe a la búsqueda del paso, para lo cual era preciso hacer un asentamiento en el eje de operaciones, en el Darién, y en concreto en la desembocadura del río Atrato, por Urabá. Se hacía preciso fundar una colonia estable que, en el centro mismo del istmo de Panamá, sirviese como cabeza de puente para seguir con la búsqueda del dichoso y ansiado paso; una ciudad que cumpliera la misma función que, en su día, motivó la fundación de Santo Domingo en la Española.
Tras la muerte de Juan de la Cosa, Ojeda fundó la ciudad de San Sebastián de Urabá, que pronto fue abandonada. Hubo de esperarse hasta el año 1513, para que Vasco Núñez de Balboa certificase la existencia de un istmo de tierra selvática al final del cual, sin paso alguno, se hallaba el Mar del Sur, es decir el Océano Pacífico.
            La otra ruta hacia la Especiería, la del Brasil y la costa atlántica, iniciada por los Pinzón y Vespuccio, tuvo su culminación en 1530, con la expedición de Magallanes, que dobló el cuerno sur del continente, abriendo por tan larga ruta los caminos hacia el genuino reino de Catay.


Los viajes de Juan de la Cosa.
            El marino de Santoña había navegado ya por la llamada Tierra Firme, costa de Venezuela, desde el segundo viaje con el Almirante. Era el hombre ideal para descubrir el paso hacia la Especiería, según se proyectó en la Junta de Burgos. Hay que hablar, pues, de dos períodos en el empeño del marino cántabro en relación con dicho paso: los viajes previos a la Junta y el posterior, el último, del que no volvió.
            Marchó con Colón en sus dos primeras expediciones, quizás vigilando muy de cerca sus movimientos, siempre al servicio de la reina de Castilla, por lo que podemos decir que el tercer viaje de Juan de la Cosa fue el que comenzó el 18 de mayo de 1499, siendo capitán general de la flota Alonso de Ojeda.
Una de las más notables características de los viajes del piloto y cartógrafo cántabro fue que, pese a su indiscutida habilidad y pericia, estuvo siempre bajo el mando de otros capitanes, salvo el quinto viaje, que lo realizó en solitario. El piloto, el perito de las rutas, estaba supeditado a la voluntad de quienes sólo sabían manejar la espada y apenas conocían nada de navegación. La causa para tan extraño régimen jerárquico en aquellos viajes hay que buscarla en que la Corona de Castilla no podía permitirse el lujo de realizar sólo expediciones de reconocimiento y cartografiado; era imprescindible hallar oro para poder subsistir pues, como ya he dicho, las arcas estaban vacías y sólo hombres aguerridos y sin muchos escrúpulos serían capaces de hallarlo en aquellas selvas.
            El tercer viaje lo realiza, como decimos, con Alonso de Ojeda. Partieron del Puerto de Santa María para evitar el requisito de la firma de autorización por los representantes que Colón tenía en Cádiz y, ya en el mismo puerto, el capitán general de la flota realizó actos de inequívoca piratería. Antes de zarpar robó armas y cordeles de una nao atracada a su lado y, ya de camino, cerca de Cádiz, asaltó una nave castellana de nombre La Gorda. En Berbería traficó con los moros y asaltó una carabela de Huelva y, para rematar la faena, llegados a Lanzarote, robó cuanto pudo de la casa de doña Inés de Peraza, la señora de la isla.[xii] No deja de ser curioso cómo un hombre de la calaña de Ojeda (el cual, como veremos, fue la causa última y eficiente de la muerte de Juan de la Cosa) pudo ser glorificado como el prototipo del caballero español de aquellos tiempos. Pasados los siglos, su imagen romántica fue inmortalizada en la novela histórica «El Caballero de la Virgen», nacida de la magistral pluma de Vicente Blasco Ibáñez.[xiii] Son cosas que tiene la Historia, madre cruel que eleva a los indignos y olvida a sus hijos más esforzados. Esto último le sucedió a Juan de la Cosa, conocido por una carambola del destino, al aparecer su extraordinario mapa en un rastro de París y llegar a las manos del sabio por antonomasia del siglo XIX, Alejandro de Humboldt.
            En la Española, Ojeda se enfrenta a Roldán, antiguo rebelde pero en aquellos momentos fiel a Colón. El conquense intentó sublevar a los castellanos contra el Almirante, haciéndose pasar por comisionado de la reina para tal fin. El enfrentamiento habría alcanzado niveles de tragedia, de no haber sido por la mediación del cántabro Juan de la Cosa, que calmó la intrepidez irresponsable de su capitán.[xiv]
            Tuvo lugar en aquella expedición el primer enfrentamiento serio de una fuerza española contra los indios venezolanos, en el que llamaron Puerto Flechado (Chichirimichi), donde fueron heridos veinticuatro castellanos.

Viaje con Rodrigo de Bastidas.
            El jienense Rodrigo de Bastidas, el siguiente compañero de Juan de la Cosa, era un hombre simpático y dicharachero, tañedor de vihuela y gran bailarín, pero extremadamente envidioso. Así se expresa don Antonio Ballesteros cuando habla del motivo que generaba la envidia hacia Juan de la Cosa por parte de los demás descubridores: «Su carácter bondadoso, el criterio ecuánime, aliados a su modestia y falta de ambición de mando, le hacían el compañero incomparable para todas las empresas de riesgo y aventura. Estas condiciones eran conocidas en toda Andalucía y apreciadas, al par de su inteligencia, hasta en la corte. Sin embargo, el marino cántabro no trastocaba sus intereses y, sin codicia, defendía a un tiempo sus derechos».[xv]
Con este capitán recorrió, de nuevo, la costa de las Perlas y todo el norte de Venezuela. Volvió a la Española y sufrieron un lamentable naufragio en Xaraguá, ya en la rada de lo que hoy es Puerto Príncipe. Pese a todo, Juan de la Cosa logró llegar a Santo Domingo con el cofre del tesoro bajo el brazo y, claro, al final se llevó su parte importante del botín, pues había realizado fuertes desembolsos para cubrir los gastos de la expedición. Esta era otra de las razones por la que su presencia a bordo de aquellas expediciones resultaba tan apreciada, pues estaba dispuesto a invertir en ellas y no era hombre acostumbrado a perder dinero.
No se sabe qué sucedería entre los dos capitanes de aquella expedición, pero sí que, pasados los años le surgió al marino de Santoña un enemigo inmisericorde: don Gonzalo Fernández de Oviedo, uno de los grandes historiadores del Descubrimiento. Casualmente, Bastidas había matrimoniado con doña Isabel Fernández Romera, hija del cronista. Este, que no conocía a Juan de la Cosa, no perdió oportunidad de presentarlo ante la historia como un taimado, traidor y, sobre todo, avaro. No deja de extrañar esta actitud, cuando el historiador propendía a justificar las acciones de los descubridores, por viles y bárbaras que fuesen. Juan de la Cosa, sin embargo, no halló la misericordia en su afilada pluma.[xvi]

Viaje en solitario.
            Por fin logró Juan de la Cosa unas capitulaciones y una misión para el sólo. Zarpó el primero de junio de 1504, en dirección a su acostumbrada zona de descubrimiento, el Norte de Venezuela, acompañado de Juan de Ledesma y de Andrés Morales, aunque en condición de subordinados. Fue un viaje de gran importancia porque en él quedó claro que no existía paso hacia la India por el estrecho de Panamá y que había de seguir buscándose más al norte. La experiencia de esta expedición determinó a los componentes de la Junta de Burgos para culminar el proyecto de la expedición a la Especiería por el Sur, sin descartar del todo la ruta caribeña.
            Fue, quizás, el viaje más accidentado del marino de Santoña, pues descubrieron la temible broma, el molusco que anidaba entre las maderas de los buques y los hundía; naufragaron en el puerto de Zambra y se dieron crudas escenas de canibalismo pues, al decir del historiador enemigo del cántabro, varios marinos del de La Cosa se comieron a un indio aunque, todo hay que decirlo, exoneró de responsabilidad a aquél. [xvii]

Último viaje.
            Tras aquella experiencia, Juan de la Cosa volvió a España, donde le fue encomendada la importante misión de patrullar en el Estrecho para capturar a ciertos piratas, expertos ya en apresamientos de naos que retornaban de las Indias Occidentales[xviii] y, tras llevar a buen término el trabajo, participó en la mencionada reunión de Burgos. Se decidió entonces un nuevo viaje, que el cántabro realizaría, una vez más, con Alonso de Ojeda, mientras Vicente Yáñez y Vespuccio marchaban hacia el Sur.
            De los tremendos acontecimientos de aquella última expedición, que terminó con la muerte del Cartógrafo y la vuelta a la Española de Ojeda derrotado, tenemos dos versiones contradictorias: una la de Gonzalo Fernández de Oviedo y otra de Bartolomé de las Casas. Antonio Ballesteros Bareta, tras analizar con el detalle que le caracteriza la primera, en la que se presentaba a Juan de la Cosa como traidor, villano y pérfido, la desmonta pieza a pieza para desecharla por falta de veracidad y rigor. Considera mucho más probable la de Bartolomé de las Casas, que conoció personalmente a todos los implicados, estaba en la Española cuando sucedieron los hechos y que escribió con bastante inmediatez sobre aquellos acontecimientos (aunque su obra no viera la luz hasta casi doscientos años después de haber sido escrita). Según esta versión, siguiendo la rica interpretación de Ballesteros, la película de los hechos fue como a continuación diremos.

El Requerimiento y la muerte de Juan de la Cosa.
            Ojeda tenía muchas deudas en La Española y en la Península; precisaba esclavos para poder pagarlas. Decidió desembarcar en la costa de Calamar, donde hoy se ubica Cartagena de Indias. Juan de la Cosa puso reparos a tal acción porque consideraba más útil llegar hasta la frontera de la demarcación que se les había asignado (Nueva Andalucía), que era la desembocadura del Río Atrato. Desde ese río hacia el Norte se había concedido la gobernación de Veragüa a Nicuesa.
Los reparos del santoñés no eran sólo estratégicos, sino también tácticos, pues aquella costa estaba infestada de indios flecheros, que habían adquirido la costumbre de emponzoñar sus dardos con curare a raíz de los abusos y ataques de otros marinos españoles, como era el caso de Luis Guerra, que los había precedido. Ojeda acusó a Juan de la Cosa de cobardía y desembarcó haciendo gran captura de indios, e incluso incendió un bohío en el que se habían refugiado treinta guerreros, los cuales murieron abrasados en una escena de bravura épica.
Contaba Ojeda con un instrumento fundamental para su gestión depredadora: el Requerimiento de sometimiento a los indios, elaborado por el letrado Juan López de Palacios Rubios. Se trata de un documento jurídico de la máxima importancia, pues se leyó por primera vez en aquella acción militar. En él se hablaba a los indios de lo divino y lo humano y se les conminaba a someterse o a perder vida y hacienda. Era la justificación legal precisa para permitir la esclavitud. Otros piensan que se trataba más bien de una justificación genérica, realizada de cara a los posibles competidores europeos, para que quedase claro que Castilla actuaba, en todo momento, de acuerdo con los principios del Derecho Internacional de la época.
            Tras la destrucción del bohío, se internaron los hombres de Ojeda en la selva y llegaron hasta una aldea que hallaron vacía, la de Turbaco, que hoy mantiene tal nombre y se halla a unos quince kilómetros de Cartagena. Los indios habían huido y los castellanos, confiados, tras dar cuenta de la comida y la chicha que encontraron, se relajaron y no tuvieron reparo en dormir la siesta.
Despertaron rodeados por miles de indios armados. Juan de la Cosa, pese a sus reticencias, acudió a socorrer a su capitán, pero las menguadas fuerzas de que disponía fueron también cercadas. Alonso de Ojeda, en lugar de seguir la suerte de sus subordinados, aprovechando su agilidad casi circense, escapó y fue uno de los dos únicos supervivientes; el otro fue don Diego de Ordaz el cual, pasado el tiempo, descubriría el curso del Orinoco. Este contó lo sucedido a los que aguardaban en la costa.
A los pocos días, Ojeda, junto con Nicuesa, arrasaron la zona y no perdonaron la vida de ningún indígena. Murieron miles, entre ellos los niños y los animales domésticos. «Será ahorcado en esta misma playa, todo aquel que perdone la vida a un indio», exhortaron los dos capitanes a sus hombres antes de internarse en la selva. Fue la primera gran represalia armada de las fuerzas castellanas en América.
El cadáver del marino cántabro apareció en mitad de la selva, horriblemente desfigurado por efecto de la ponzoña, asaeteado por más de veinte dardos. Fue tal el pánico de los castellanos al ver los despojos del que fuera considerado como el Cartógrafo de la reina, que huyeron despavoridos, y no se sabe si llegaron a cumplir con la piadosa tarea de sepultar los restos del valiente, o si fueron las alimañas de la selva las que dieron cuenta de su envoltura mortal.[xix]




[i] Ballesteros Bareta, A., El cántabro Juan de la Cosa y el Descubrimiento de América, Institución Cultural de Cantabria, Santander, 1987, p. 78.

[ii] Ballesteros Bareta, op. cit., p. 78
[iii] Ballesteros Bareta, o.c., pp. 143-151. La intención de Ballesteros Bareta era la de ponderar la figura de Juan de la Cosa, haciéndolo aparecer como discípulo de Colón: ¿qué mejor realce del cántabro que convertirlo en heredero intelectual del Descubridor? Para ello asegura que, indudablemente, era más joven que Colón, que en 1492 puede calcularse que tuviera unos treinta años y que, por consiguiente, pudo nacer hacia 1462. Otros tratadistas, por el contrario, afirman que su nacimiento tuvo lugar hacia 1450, lo que haría al santoñés de igual edad que el genovés. Asegura más adelante, don Antonio, en relación con la declaración de Bernardo de Ibarra, vecino de la villa de Santiago, que se trataba de un testimonio de gran importancia, «pues demuestra el aprendizaje de Juan de la Cosa desde el primer viaje, ya que el testigo había dicho “que oyó al dicho almirante cómo se quejaba de Juan de la Cosa, pues lo había traído consigo a estas partes la primera vez, e le había enseñado el arte del mar e que andaba diciendo que sabía más que él”». De esta queja amarga, el tratadista lucubra que el cántabro aprendió con el genovés, sí; pero más a cartear que a navegar. En otro momento Colón llega incluso a acusar a Juan de la Cosa de que le había robado cierto mapa para acercarse a la costa de Paria. Estas afirmaciones no parecen propias de relaciones amistosas, por mucho que se pretendan pintar los comentarios de Colón como amigables reconvenciones a su discípulo engreído. Por otra parte, raro parece que el presunto alumno, que no dejó de navegar ni un instante tras su encuentro con el Descubridor, fuera capaz de adquirir la habilidad suficiente, en ratos sueltos, para confeccionar pocos años después, la joya cartográfica que legó a la Historia. En definitiva, creemos que no hay motivo para suponer que Juan de la Cosa fuese discípulo de Colón.

[iv] Ballesteros Bareta, o.c., p.83.
[v] Ballesteros Bareta, o.c., p.85.

[vi] Ballesteros Bareta, o.c., p.86.
[vii] Ballesteros Bareta, o.c., pp. 176-182.
[viii] De la Puente y Olea, M., Los trabajos geográficos de la Casa de Contratación, Sevilla, 1900, p. 60.
[ix] Ballesteros Bareta, o.c., p. 279.
[x] De la Puente y Olea, o.c., p. 60.

[xi] Ballesteros Bareta, o.c., p. 282.
[xii] Falcó y Osorio, R., Duquesa de Berwick y de Alba,  Autógrafos de Cristóbal Colón y papeles de América, Madrid, 1892, p. 34.

[xiii] Ballesteros Bareta, o.c., p. 120. Antonio Ballesteros afirma que «la intención de Ojeda no era, sencillamente, recoger palo del Brasil, sino apoderarse de alguna carabela en buen estado, con el fin de volver seguro a España y, de paso, ejercer otras operaciones piratescas. Las pruebas testificales abundan, y, como siempre, procedo a exhibirlas con la finalidad de dar base científica al relato y desvanecer la dorada leyenda del simpático Caballero de la Virgen».

[xiv] Ballesteros Bareta, o.c., p. 131.

[xv] Ballesteros Bareta, o.c., p. 165.
[xvi] Ballesteros Bareta, o.c., p. 166.
[xvii] Ballesteros Bareta, o.c., pp. 179-200.
[xviii] Ballesteros Bareta, o.c., p. 276. Decía Antonio Ballesteros, al hilo de ciertos asientos contables hallados en la Casa de Contratación por De la Puente y Olea (o.c.), que «de ellos se infería primero, que Juan de la Cosa se encargaba de la defensa del Estrecho y, en segundo término, que existían forajidos que aguardan a las naves de Indias con el fin de desvalijarlas. El pirata nombrado (Juan de Granada Vizcaíno) no tiene apellido vasco y presumo que sería de Cantabria; quizá muy conocido de Juan de la Cosa. Ya expuse que el apelativo de vizcaíno se aplicaba, indistintamente, a marinos vascos y cántabros».
[xix] Ballesteros Bareta, o.c., pp. 306-331.
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Requerimiento a los indios
Elaborado por el jurista Juan López de Palacios Rubios, fue el documento básico que justificó la esclavización de los indios flecheros y vinculó las acciones castellanas con el Derecho Internacional de la época.
«De parte del rey, don Fernando, y de su hija, doña Juana, reina de Castilla y León, domadores de pueblos bárbaros, nosotros, sus siervos, os notificamos y os hacemos saber, como mejor podemos, que Dios nuestro Señor, uno y eterno, creó el cielo y la tierra, y un hombre y una mujer, de quien nos y vosotros y todos los hombres del mundo fueron y son descendientes y procreados, y todos los que después de nosotros vinieran. Mas por la muchedumbre de la generación que de éstos ha salido desde hace cinco mil y hasta más años que el mundo fue creado, fue necesario que los unos hombres fuesen por una parte y otros por otra, y se dividiesen por muchos reinos y provincias, que en una sola no se podían sostener y conservar.
»De todas estas gentes Dios nuestro Señor dio cargo a uno, que fue llamado san Pedro, para que de todos los hombres del mundo fuese señor y superior a quien todos obedeciesen, y fue cabeza de todo el linaje humano, dondequiera que los hombres viniesen en cualquier ley, secta o creencia; y diole todo el mundo por su Reino y jurisdicción, y como quiera que él mandó poner su silla en Roma, como en lugar más aparejado para regir el mundo, y juzgar y gobernar a todas las gentes, cristianos, moros, judíos, gentiles o de cualquier otra secta o creencia que fueren. A este llamaron Papa, porque quiere decir admirable, padre mayor y gobernador de todos los hombres.
»A este san Pedro obedecieron y tomaron por señor, rey y superior del universo los que en aquel tiempo vivían, y así mismo han tenido a todos los otros que después de él fueron elegidos al pontificado, y así se ha continuado hasta ahora, y continuará hasta que el mundo se acabe.
»Uno de los Pontífices pasados que en lugar de éste sucedió en aquella dignidad y silla que he dicho, como señor del mundo hizo donación de estas islas y tierra firme del mar Océano a los dichos Rey y Reina y sus sucesores en estos reinos, con todo lo que en ella hay, según se contiene en ciertas escrituras, según se ha dicho, que podréis ver si quisieseis.
»Así que Sus Majestades son reyes y señores de estas islas y tierra firme por virtud de la dicha donación; y como a tales reyes y señores algunas islas más y casi todas a quien esto ha sido notificado, han recibido a Sus Majestades, y los han obedecido y servido y sirven como súbditos lo deben hacer, y con buena voluntad y sin ninguna resistencia y luego sin dilación, como fueron informados de los susodichos, obedecieron y recibieron los varones religiosos que Sus Altezas les enviaban para que les predicasen y enseñasen nuestra Santa Fe y todos ellos de su libre, agradable voluntad, sin premio ni condición alguna, se tornaron cristianos y lo son, y Sus Majestades los recibieron alegre y benignamente, y así los mandaron tratar como a los otros súbditos y vasallos; y vosotros sois tenidos y obligados a hacer lo mismo.
»Por ende, como mejor podemos, os rogamos y requerimos que entendáis bien esto que os hemos dicho, y toméis para entenderlo y deliberar sobre ello el tiempo que fuere justo, y reconozcáis a la Iglesia por señora y superiora del universo mundo, y al Sumo Pontífice, llamado Papa, en su nombre, y al Rey y reina doña Juana, nuestros señores, en su lugar, como a superiores y reyes de esas islas y tierra firme, por virtud de la dicha donación y consintáis y deis lugar que estos padres religiosos os declaren y prediquen lo susodicho.
»Si así lo hicieseis, haréis bien, y Sus Altezas y nos en su nombre, os recibiremos con todo amor y caridad, y os dejaremos vuestras mujeres e hijos y haciendas libres y sin servidumbre, para que de ellas y de vosotros hagáis libremente lo que quisieseis y por bien tuvieseis, y no os compelerán a que os tornéis cristianos, salvo si vosotros informados de la verdad os quisieseis convertir a nuestra santa Fe Católica, como lo han hecho casi todos los vecinos de las otras islas, y allende de esto sus Majestades os concederán privilegios y exenciones, y os harán muchas mercedes.
»Y si así no lo hicieseis o en ello maliciosamente pusieseis dilación, os certifico que con la ayuda de Dios nosotros entraremos poderosamente contra vosotros, y os haremos guerra por todas las partes y maneras que pudiéramos, y os sujetaremos al yugo y obediencia de la Iglesia y de Sus Majestades, y tomaremos vuestras personas y de vuestras mujeres e hijos y los haremos esclavos, y como tales los venderemos y dispondremos de ellos como Sus Majestades mandaren, y os tomaremos vuestros bienes, y os haremos todos los males y daños que pudiéramos, como a vasallos que no obedecen ni quieren recibir a su señor y le resisten y contradicen; y protestamos que las muertes y daños que de ello se siguiesen sea a vuestra culpa y no de Sus Majestades, ni nuestra, ni de estos caballeros que con nosotros vienen.
»Y de como lo decimos y requerimos pedimos al presente escribano que nos lo dé por testimonio signado, y a los presente rogamos que de ello sean testigos.»

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