domingo, 27 de marzo de 2011

Cofradía del Aguardiente de Orujo de Liébana, guardiana de la ambrosía de los dioses.

         Más en contacto con el cielo que el Olimpo, está el viejo Monte Vindio, las escarpadas rocas blancas que ven los marinos desde el mar Cantábrico en tiempo bonancible. En sus estribaciones, quizás para alimentar la voracidad de los dioses tutelares de nuestra tierra, que deben vivir en sus cumbres de nieve eterna, aparece una tierra privilegiada, un Sangrilá montañés donde, en lenguas de más de uno, estuvo el Paraíso Terrenal.



 Trigo, garbanzos, maíz, los más variados frutales y toda la gama de alimentos capaz, en su variedad, de sustentar a la fauna del Arca de Noé, son sus delicias. Entre ellas la más destacada, la ambrosía de los dioses: el orujo, esencia de la tierra y, para proteger, potenciar y venerar su esencia un cuerpo sacerdotal: «La Cofradía del aguardiente de orujo de Liébana».
         Vio la luz tan meritoria organización en el año 2007, en el marco de la Fiesta del Aguardiente, la más notable feria gastronómica de Cantabria. Hoy nuestro orujo es un punto de referencia en toda la nación y dicho evento, tiene mucho que ver con su prestigio. ¿Qué fue primero? Sin duda la tradición de su elaboración que se remonta al más profundo Medievo, cuando los peregrinos, agotados por los trabajos del Camino, recalaban en Liébana y eran reconfortados con aquella agua milagrosa. Me contaba Manuel Gómez Bedoya, el presidente de la Cofradía, que en su casa siempre se ponderó el orujo como excelente medicina para facilitar la digestión y hasta para atenuar las molestias menstruales.        Pero, aparte de la tradición elaboradora, que ha permanecido incólume a lo largo de los siglos, ha sido la iniciativa empresarial lebaniega la causante de esta explosión del mercado y, en los últimos años, acompasándose con ella una guinda final de colorido y de fina promoción: la aportada por la Cofradía del Aguardiente de Orujo de Liébana.
         Al frente de ella está hoy un hombre peculiar, don Manuel Gómez Bedoya, el prototipo de industrial de la tierra, de esos que han buscado las Américas en los pliegues de las montañas y en los roquedales de la costa de Cantabria, sin ir más lejos. Hoy, con sus sesenta y dos años, se puede permitir el lujo de invertir parte de su tiempo en lo que le gusta: la promoción del orujo de su tierra. Atrás quedan años de duro trabajo, de creación de empresas, de luchas sin cuento. Es propietario de los hoteles San Glorio y Bedoya, en la calle Federico Vial de Santander, pero suele escapar con la más pequeña disculpa a su amada Liébana, de la que aún se siente hijo. Incluso, me confesó, acaricia el proyecto de crear muy pronto un albergue en su pueblo natal, Villanueva, uno de los más altos de Cantabria, flanqueado por los caseríos de Barrio y Ledantes, a setecientos cincuenta metros de altura, donde plantará, una vez más, el escudo de su familia: cuarteronado con torres trialmenadas alternas y leones bibarrados, pues en aquellas cumbres todos son hidalgos y nobles.
         Juan Álvarez Lebeña, es otro de los grandes pilares de esta entrañable organización popular. Él fue el organizador, el muñidor que puso los pilares a la cofradía orujera, un grupo de hombres y mujeres vestidos con capas color del vino y boina verde que simbolizan la base, la materia prima, del delicioso caldo. Otros románticos son don José Cuevas, su vicepresidente, que compatibiliza este trabajo cofradil con otra labor de raigambre fraternal, en la Hermandad de la Santa Cruz, una gran institución lebaniega. Y, ya que se habla de instituciones, no se puede olvidar a la Secretaria de la organización, doña Pilar Bahamontes, Directora del Centro de Estudios Lebaniegos, donde en no pocas ocasiones ha de reunirse la Cofradía que aún carece de local.
Como toda organización popular que ha de ser costeada con el esfuerzo de sus socios, la Cofradía anda escasa de fondos para su múltiple actividad de promoción, como participar, por ejemplo, en la última Conferencia Gastronómica de Burdeos, donde hizo triunfar al «te de puerto». Este año, sin embargo, el balance económico ha experimentado notable mejoría gracias, según don Manuel, a que la mitad de la recaudación en vales del Día del Orujo, les ha sido cedida por el Ayuntamiento. Este hecho dice mucho a favor de los lebaniegos, gentes capaces de aunar la iniciativa popular al trabajo de las instituciones con el fin de promocionar su inmejorable aguardiente de orujo, la ambrosía de Cantabria.

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