lunes, 4 de junio de 2012

Crítica a "Off Side", novela de Gonzalo Torrente Ballester


                

No se encuentra ningún estudio en internet sobre esta obra, sino meras reseñas tangenciales, lo que no deja de sorprender, habida cuenta de la importancia que todos le reconocen. Además, carece de prólogo del autor, a los que tan aficionado era el maestro, subgénero literario, como él lo llamaba, del que nos dejó páginas memorables, como en “La isla de los jacintos cortados”, “La rosa de los vientos” o “Fragmentos de apocalipsis”; en tales proemios, aparte de regodearse el escritor en una traca final de su desbordante imaginación, nos ofrecía datos de extraordinaria importancia para conocer la intrahistoria de la novela. Esta falta de referencias del autor (lo que no quiere decir nada, y menos desafecto del autor hacia esta novela, pues tampoco su máxima obra, la Saga Fuga de JB lleva prólogo),  y el silencio que mantiene el fantástico mundo de la red mundial omnicomprensiva sobre la obra Off Side, nos obliga a deslizarnos a pedal en el análisis de la misma, que ya pasaron los tiempos de hacer investigaciones en bibliotecas donde, quizá se guarden sesudos trabajos sobre el tema, aunque nos parece raro pues, lo que no está en la red, hoy en día, no está en el mundo.

Off Side, aunque publicada en 1969, fue escrita entre las primaveras de 1965 y 1967, iniciada en Pontevedra y terminada en Albany. Es decir, que mediaba ya la época de los turbulentos y prometedores sesenta, tiempos en los que la decadencia del sistema dictatorial no era perceptible aún entre la población, en el supuesto de que pudiera hablarse de signos de decadencia, que lo dudo. En otras palabras, que estábamos en plena dictadura franquista.
El autor acababa de terminar su trilogía de Los gozos y las sombras con la publicación, en 1962, de La pascua triste, obras de corte realista, quizá la más tardía manifestación de esta memorable escuela decimonónica. Hay que tener en cuenta que, por aquellos años, el autor no era tan popular como lo fue con posterioridad, tras la versión televisiva de Los gozos y las sombras, veinte años después de haber sido escrita la trilogía. A partir de los ochenta y, como decimos, a consecuencia de la catapulta televisiva, que entonces la tele lo era todo para los españoles, el intelectual de innegable valía, autor de La Saga Fuga de JB, obra que con El Quijote habría que colocar al frente de la armada literaria en castellano de todos los tiempos, pasó a ser considerado gran literato, fuera ya de los conciliábulos de la inteligencia patria.  
Con los anteriores datos ya tenemos el marco sobre el que dibujar esta crítica de la novela Off Side, obra escrita en plena dictadura, tras la publicación con poco éxito de una ciclópea obra de tinte realista, digna seguidora de Regentas, Fortunatas y Pazos de Ulloa. En definitiva, para entender esta novela es preciso tener en cuenta que, muy posiblemente, el autor procuraba aunar dos necesidades: una, no despertar al dragón adormilado de la Censura y otra, cambiar por completo de aires literarios e iniciar una deriva experimental hacia el modernismo literario; quizá el maestro Torrente, además, estuviese harto de escribir al gusto del vulgo, labor en la que, pese a todo, llegó a las más altas cumbres; quizá, por último, también necesitase crecer y liberarse de ataduras ideológicas.
Pero, en todo esto que decimos de seguidillo, impulsados por el ansia de entrar a fondo en esta novela extraordinaria, nos hemos olvidado de hacer referencia a una obra intermedia, entre la magna trilogía realista y Off Side; nos referimos a Don Juan, diseñada en principio para el teatro, con lo que los enfoques narrativos se trastocan con respecto al realismo tradicional, y que terminó como novela que hubo de enfrentarse a serios problemas con la censura franquista, hasta el punto que llegó a intervenir el ministro del interior, el mismísimo Fraga Iribarne, para que se lograse publicar con ciertas mutilaciones, claro, aunque no de sustancia, la obra de su paisano.
Mucho debió de resentirse por estos hechos don Gonzalo, pues poco después inició la redacción de Off Side en Pontevedra y marchó a Albany para terminarla. En otras palabras, las dificultades con Don Juan debieron de ser determinantes para que el escritor dejase España. Casualmente, había recibido una tentadora oferta de trabajo de la State University of New York, ciudad donde finalizó la nueva novela en 1967.
Aquel cambio de aires políticos, sociales e intelectuales, resultó beneficioso en extremo para nuestras letras, pues Torrente Ballester terminó su Off Side, obra en la que cambió por completo el enfoque de su narrativa y empezó con los apuntes para “Campana y piedra”, germen de La Saga Fuga de JB, obra cimera de la literatura castellana.
Tenemos, pues, a un Torrente enfadado con el sistema por lo mal que se comportó con su querida obra “Don Juan”; a un escritor que acababa de realizar un notable esfuerzo narrativo con su trilogía realista, de corte decimonónico, Los gozos y las sombras; a un hombre de extraordinarias capacidades intelectuales, aunque por circunstancias de la vida había militado en las filas de la Falange, que se veía encorsetado por un sistema empeñado en castrar los brotes verdes del pensamiento, por débiles que fueran, cuanto más este roble centenario que se enraizaba en las mismas simas que Cervantes y, quizá, aún más abajo.
¿Qué le pudo suceder a un hombre de estas características en New York? Que experimentó una eclosión de sus capacidades comprimidas, y se le desató el volcán de la creatividad con Off Side primero, La Saga Fuga de JB, después y Fragmentos de Apocalipsis, con la que terminó este fecundo período de su narrativa.
La primera de las tres novelas citadas, que tuvo muy escaso éxito, fue acogida con frialdad por los beneficiados del Régimen, y aventuramos que tampoco causó estragos entre los intelectuales de izquierdas, pues en ella los personajes guardan cierta coherencia con los arquetipos franquistas del “hombre del régimen pragmático, en el fondo generoso y buena persona”, del “rojo poco convencido que, en sus profundos, es un ser caritativo y bondadoso”, del “intelectual anarquista extravagante pero inofensivo”, de “prostitutas obligadas por la vida, en el fondo auténticas mujeres de su hogar frustradas” y, para colmo, del “sentimiento de culpa de origen religiosos que condicionan la vida de los personajes, por más izquierdistas y ateos que sean”. Su propio título, Off Side, diría mucho a los personajes de la novela, quienes, incomprendidos por el Régimen y por la intelectualidad, quedarían así, fuera de juego
Estos conceptos rancios del tardofranquismo, combinados con una estructura basada en las más modernas técnicas narrativas de la época, hicieron de Off Side una novela sobre la que no convenía hablar. Respetada por unos y por otros dada su indiscutible calidad, fue poco favorecida por los críticos, ni siquiera  la analizaron en profundidad los ponderadores oficiales que, ya por entonces, empezaban a hacer sus pinitos, aunque a años luz de los ámbitos de crítica deslavazada de los semanarios culturales del siglo veintiuno. En definitiva, que todos la respetaron, pero nadie la quiso y ahí quedó Off Side, virgen para la crítica literaria patria.   
Argumento y su valoración crítica.
                En esta segunda parte del análisis procede afrontar el complejo argumento de la obra, complejo y simple a la vez.
Muchos me echarán en cara, como viene siendo habitual, que no desvele el final de una obra así como así, y añadirán que el “spoil”, el contar la peli, debería de estar prohibido porque le quita su gracia. Contestaré que la literatura no es cine, que un libro de esta envergadura no es una cinta que se pueda ventilar en una hora y media, mientras se toma una cocacola y un paquete de palomitas. Aquí el argumento es algo muy secundario, pues la literatura no pretende pasmar al lector con algo nuevo, que la imaginación de la Humanidad no da para mucho más, y prueba de ello es la gran demanda de buenos guiones cinematográficos y la mangancia intelectual en ese sector, que cuando se destape ya veremos quiénes son los auténticos piratas patapalo. El objetivo de una buena novela, digo, no es otro que el de enganchar al lector y meterlo, como por un embudo, dentro de la obra, aprisionarlo ahí y hacerlo vivir en un mundo virtual, diferente al de la vida cotidiana y sorprendente. Este efecto sólo se logra mediante la persecución de valores estéticos, es decir, con el buen lenguaje, la forma pulida y el trazo fino. Leamos el Quijote de nuevo y veremos que siempre encontraremos detalles en los que no habíamos reparado con anterioridad. Además, lo que se pretende con estas líneas es más orientar al lector que realizar un sesudo análisis de esta magna obra y, para ello, hay que soltar prenda.
En Off Side son varias las historias que se entrecruzan. En primer lugar, pues la novela empieza por ahí, la de Salustiano Domínguez, Miguel y Verónika. Aquel es un pintor de gran talento, especialista en falsificaciones, homosexual, con el que viven otros dos jóvenes de la misma inclinación: Miguel, que es su pareja y Verónika, que se prostituye con damas de altos vuelos. Domínguez ejerce sobre ellos gran influencia, en especial sobre Miguel, al que hace pintar según ideas que le presenta y sin que tenga conocimiento de los grandes autores, del mundo del arte o de la vida, pues el viejo tratante de arte lo tiene, prácticamente, encerrado para sí; quiere hacer de él un gran pintor, como lo es él mismo. Verónika, sin embargo, a la que acogió en París, es consciente del poder del pintor sobre su amigo, al que ama, y le propone que se marchen juntos pues, en realidad, son homosexuales más por influencia de Domínguez él, y porque nunca conoció otra cosa ella. Es digno de subrayarse el conservadurismo que subyace en torno a este planteamiento: la homosexualidad como condicionamiento social o psicológico, aunque, claro, también hay visiones más retrógradas aún: la homosexualidad como patología orgánica. Los planes de ella fracasan y, al final, tras rematar la faena de la falsificación del siglo, marchan juntos los pintores a New York, y se desembarazan de Verónika, a la que Domínguez llega a considerar un peligroso rival, y que termina en brazos de una de sus clientes, la condesa de Ponza.
La falsificación del cuadro de Goya, La Condesa de Sigüenza, es el eje argumental básico en torno al cual se van enlazando los personajes. No sale de la penumbra, al final, si el cuadro fue pintado por Domínguez o por Goya aunque por ciertas conjeturas podría sostenerse que era la obra señera del falsificador. Cualquiera que sea la lectura que se haga, sin embargo,  de la novela, queda claro que supone la culminación del arte goyesco.
Mediante procedimientos propios del tocomocho, el cuadro termina en poder de una  tratante de antigüedades del Rastro, Moncha, viuda de Peláez que se pone en contacto con su cliente preferido, banquero, hombre polifacético, coleccionista de arte, aspirante a la Academia, autor con negro de numerosas obras, candidato al nombramiento de embajador, hombre muy pegado de sí mismo, don Fernando Anglada, el antihéroe de esta obra.
El héroe es Leonardo Landrove, filólogo, experto en arte, hombre de gran cultura, que vive de y para Fernando Anglada; es su negro literario, su hombre de paja y ejecutor de los trabajos sucios en arte. Con tales condiciones, es el encargado de acudir al Rastro, para ver el cuadro, en nombre de su mandante; por supuesto, Moncha, la viuda ansiosa, la vendedora tan miradora de su hacienda y reputación, mujer jamona por demás, está enamorada de Landrove y, a lo que se ve, tras la natural resistencia de este, tan apegado a la vida crapulosa, se decide la seguridad del puerto en el regazo cálido de la viuda.
Landrove fue un represaliado tras la guerra civil, un profesor eminente que terminó, junto con otras lumbreras, en la Celda Veintiuno. Otros ilustres huéspedes de aquella universidad fueron: Ricardo Vargas, importante personaje de la novela; Leopoldo Aliones, el clochard anarquista y Martínez, un desgraciado comunista-maoísta, fanático, único personaje que muere.
Pero, vayamos por partes, Leonardo Landrove es el gran protagonista porque ocupa el centro de la novela, está presente en las relaciones y tramas personales de los demás personajes, puro gozne de la puerta giratoria de varias palas que es esta obra, y porque es todo un caballero andante, que hace bien por imponérselo su naturaleza bondadosa, pese a su condición de ateo recalcitrante y de izquierdista confeso.
Así, intenta ayudar al aprisionado pintorcito Miguel y a Verónika contra la dictadura de Domínguez, a Vargas contra la dictadura de Anglada; procura evitar que Agathy Waldowsky se suicide; busca la manera de que Dolores Induraín se entienda con Ricardo, de que este supere su timidez; se las apaña para que Aliones venda, por fin, su gran novela y para  que la hija de este, puta por necesidad, tenga a una condesa en su boda civil con un militar norteamericano negro de Torrejón. Sobre todos estos personajes hablaremos a continuación, pero aquí basta con subrayar la condición de buenazo de este Leonardo, pese a sus inclinaciones ideológicas; ¡qué digo bueno!, ¡un santo!
Si ponemos esto en relación con que el anarquista Aliones es, en el fondo, también un buen hombre y que el antihéroe, Anglada el ricacho, termina siendo más bueno que el pan, como luego veremos, llegamos a la conclusión de que, en el fondo, no hay rojos ni azules, sino buenas o malas personas; ateos que no creen porque no han visto la Gracia y malvados explotadores que, a la postre, encauzan su vida por el buena senda. Esto no lo dice el Maestro Gonzalo, pues su obra está muy por encima de tamañas niñerías ideológicas, pero subyace en la rebotica narrativa, como un olor cuyo origen, en ocasiones, parece difícil de detectar.
Quizá ahí se halle la fuente de cierta animadversión hacia Off Side, por parte de los intelectuales de izquierda. Vamos, que si añadimos al pasado falangista de Torrente esta apología al buenismo bienpensante tardofranquista, el resultado es que no se alcanza la talla de la ortoideología de la Transición. Ningún intelectual de izquierdas va a atreverse a criticar esta magna obra de la literatura castellana, claro está, pero tampoco le harán muchas carantoñas tras su publicación.
Volvamos al argumento. Tenemos ya un buen pedazo de la tarta: la historia de Domínguez, Miguel y Verónika, los falsificadores y su conexión con Fernando Anglada, el ricacho, y su hombre en las sombras, Leonardo Landrove, el intelectual represaliado. Estos dos se conocían por haber sido ambos niños de San Idelfonso y parece ser que Anglada llegó a cantar un gordo de Navidad, vamos que el hombre estaba predestinado desde la infancia para las altas cumbres de la riqueza.  Pero Ricardo Vargas, el esclavo de Anglada, era el auténtico cerebro financiero de sus éxitos, al igual que Landrove le ponía en bandeja los triunfos literarios. Era aquel hombre de extraordinaria capacidad matemática y, al tiempo, un esclavo, un auténtico Sticus doméstico del banquero. Había llegado a tal condición por un malentendido. En efecto, Anglada pensaba que la dedicación de Vargas a su persona, se debía a la admiración; Vargas, sin embargo, creía que aquel le tenía bien cogido y que le denunciaría en cuanto se negase, en lo más mínimo, a acatar su voluntad y ello debido a un pasado borrascoso que no tiene desperdicio.
El sometimiento de Vargas era absoluto: no cobraba soldada, no salía de sus aposentos, no iba con mujeres, pedía permiso al amo para marchar al cine y mostraba la sumisión total de un esclavo. Por su parte, Anglada creía que aquel Ricardo era el prototipo de persona de las que todo hombre estaría dispuesto a rodearse: un admirador tal que se sometía en todo y que trabajaba, al más alto nivel imaginable, sólo por la comida, la habitación y el vestido. ¿Cuál era el gran secreto de Vargas, el genio de las finanzas? Pues que había participado como un fusilador de Cristo en los hechos del Cerro de los Ángeles, uno de los hitos, junto con la matanza de Paracuellos del Jarama y la resistencia del Alcázar de Toledo, de la propaganda de los vencedores, repetida hasta la saciedad a los escolares, proclamada como la máxima manifestación de la maldad de aquellos infernales rojos, ahítos de resentimiento contra Dios. Un grupo de milicianos se había apostado delante de la imagen sagrada, en pelotón de fusilamiento y, en el último instante, un joven de dieciséis años se suma al grupo, es Ricardo Vargas. Fue encarcelado, pero no por ese hecho, del que nadie sabía nada, aunque él poseía una fotografía comprometedora, sino por su relación con la izquierda sin más. Dada su extrema juventud salvó la vida, pero no se libró de pasar largos años en la cárcel, en la Celda Veintiuno, donde conoció a un profesor represaliado, frustrado Premio Nobel, que le enseñó el corazón de la finanza, de la exactitud y del cálculo matemático. Una vez libre marchó a París, donde completó sus estudios, gracias a los contactos políticos de su maestro y, al regresar a España, fue salvado por Anglada de un apresamiento inminente, pues lo contrató en calidad de secretario particular y lo protegió frente a los sicarios del Régimen.
Ricardo, hombre honrado, se sentía obligado a contarle a su jefe y benefactor la realidad, y le refirió con voz baja, dada su timidez, todo lo relativo al deicidio y a su participación en él, hecho que por aquellos tiempos merecía el fusilamiento seguro. El banquero, poco avezado a escuchar a los demás, puso cara de estar al quite de lo que se le decía, aunque de nada se enteró. Así convivieron durante años, uno orgulloso de la admiración de aquel hombre, el otro por completo esclavizado, temeroso de ser delatado en cualquier momento.
Este juego de relaciones es descubierto por una mujer sorprendente, Dolores Induraín, prostituta de alto nivel. Es contratada por ciertos empresarios enemigos de Anglada para robarle a su portentoso secretario. Ella, sin embargo, tras conocer a Ricardo Vargas, se enamora de él, o eso cree, y decide cambiar su vida por la de una mujer respetable. Con tal fin, llama a una amiga, Regina, del oficio, para que se haga cargo del negocio que va a dejar. Las dos mujeres son contrapunto la una de la otra, pues la señorita Induraín es culta por ser licenciada en filología hispánica, de notable expediente académico, conocedora de varios idiomas y saber oceánico, actualizado y, por añadidura, calculadora y frígida; mientras que su compañera Regina es caliente, hispánica, regordita, dicharachera y, por supuesto, inculta. Tienen, sin embargo, algo en común: su acendrado catolicismo. Respetan todas las leyes de la Santa Iglesia salvo, claro está, aquellas que obstaculizan el ejercicio de su vieja profesión, que tantas santas arrepentidas ha dado al Cielo.
Dolores Induraín fracasa en sus intentos por atraer a Ricardo Vargas, hombre que sólo vive para las finanzas, aunque se las apaña, con el concurso de Landrove, para sacarlo de las garras de Anglada, al que también seduce. Decepcionada por su fracaso amoroso, decide dejar su negocio en manos de Regina y montar una tienda de modas en San Sebastián. Es esta, también, una visión muy cristiana de la vida: prostitutas buenas en el fondo, respetuosas, que tienen cierto premio en esta vida y, quizá, con una leve dosis de arrepentimiento final, candidatas a la bienaventuranza, Marías Magdalenas redimidas, vaya. En cualquier caso, merece la pena leer la novela para constatar la finura con la que se han diseñado todos estos personajes.
Hemos dicho más arriba que el antihéroe, Fernando Anglada, se transforma, hacia el final de la novela en un hombre bueno. En efecto, cuando se entera por Landrove y los manejos de la Induraín, de las razones por las que Vargas permaneció durante tantos años atado a su persona, se hunde en la tristeza, Saulo caído del caballo. Ve con claridad lo absurdo de su vida y sale a la luz, también, su gran secreto, el que escondía desde siempre, el que le quemaba las entrañas y le remordía en la conciencia, la razón que le acercó al régimen para vivir a la sombra de sus enemigos para no ser descubierto, y era  que también él fue miembro del fatídico pelotón de fusilamiento que se ensañó con el Sagrado Corazón. Otro de los asesinos de Dios era, en efecto, Vargas. Este remordimiento es presentado por el maestro Gonzalo como algo lógico y normal, comprensible y coherente. En el fondo de aquellos rojos, pues Fernando Anglada también lo era, aunque enmascarado, latía el arrepentimiento por haber cometido tamaño sacrilegio, no mero temor a las consecuencias del acto, sino algo más profundo, pura desazón interior.
Claro, esto no puede gustar a los críticos de hoy día, ni agradó a los de hace treinta o cuarenta años. Por supuesto, el banquero deja todos sus cargos y se retira junto con otro personaje, otra prostituta de altísimo nivel, Agathy Waldowsky, una condesa polaca que no llegó a suicidarse gracias al benefactor: Landrove.
Queda otra trama, la de Leopoldo Aliones, el literato anarquista que está confeccionando, desde hace cuarenta años, la novela más importante de la lengua castellana, que Anglada quiere comprar para pasar a la historia de las letras. Es Aliones todo un intelectual inofensivo, un romántico, un anarquista de salón más que de bomba, gran amigo de Landrove. Sus discusiones de notable nivel intelectual y chispa delirante no tienen desperdicio.
El único izquierdista duro, auténtico, violento y decidido, era un tal Martínez que murió al injerir una cápsula de cianuro para no ser atrapado por la policía. Curioso es este personaje, que luchó en la Resistencia francesa y entró de los primeros en París, pues no era comunista, propiamente dicho, sino maoísta. Mucho aprendió el Maestro en New York, donde redactó la mayor parte de esta obra, pues en los años 60, en España, eran muy pocos los que conocían la existencia del movimiento maoísta. Lo cierto es que el comunista fanático, el auténtico rojo, el irrecuperable, como los negros y los indios de las películas americanas de los años setenta, es el único que muere en esta novela.
Todos estos elementos argumentales están tan bien ensamblados que, cualquiera que sea la postura ideológica que se mantenga respecto a la obra, el lector queda subyugado y es absorbido por la trama novelística. Se cumple así, la norma básica para la excelencia en este subgénero literario: que lo narrado sea verosímil y lograr que el lector se subsuma en el tobogán narrativo y no pueda escapar del mundo ficticio que se le propone, hasta la palabra fin.  
¿Cuáles son los mecanismos de ficción que utiliza Gonzalo Torrente Ballester en esta obra?
                En primer lugar, procura que el lector pueda seguir la trama con comodidad, pese al elevado número de personajes, gracias a una alternancia muy barajada. Salta de las peripecias de unos a la de otros con estudiada meticulosidad, en ocasiones con trancos largos que profundizan la trama, en otras con muy pocas páginas, para que no se olvide a ciertos grupos de personajes y a sus historias paralelas. Va así de la viuda de Peláez, que está cosiendo en su tienda y que recibe a Verónika que viene a cobrar el cuadro, a la escena de Agathy durmiendo y a Landrove que entra de puntillas en la habitación para, tras otro brinco narrativo, seguir con  la larga conversación en un bar entre la marquesa de Ponza y Domínguez .  Durante los nueve capítulos de la obra, las alternancias se identifican por espacios en blanco, sin número ni señal alguna y son muy numerosas, por lo que no debe preocuparse el lector por la abundancia de personajes y escenas, pues pronto lo novedoso se integra con naturalidad en la obra gracias al permanente salto del caballo de una trama a otra.
Con esta técnica logra que la parte central de la novela, lugar y tiempo siempre difícil en este arte, sea superado con comodidad. Además, cada unidad narrativa suele partir de una descripción meticulosa sobre el espacio físico en el que se desarrolla la escena, técnica teatral muy lógica si tenemos en cuenta que el narrador es una especie de periodista.
                ¿Qué significa lo anterior? Pues que parece narrar un dúctil y habilidoso profesional que describe lo que ve pero que, al mismo tiempo, es capaz de introducirse en las mentes de los personajes como para filmar su paisaje interior. Graba la conversación, pero también filma el detalle ambiente y el discurso mental de los personajes. Es un narrador objetivo, externo a la trama, no un demiurgo que lo sabe todo y nos lo cuenta todo, sino un llamado “narrador-cámara” que sólo nos cuenta lo que filma.
Esta técnica fue introducida en la literatura castellana moderna por Rafael Sánchez Ferlosio, con su obra El Jarama. La intervención del narrador es mínima, la justa para que se pueda entender el diálogo que sigue, un diálogo que es predominante, como en el teatro. Las indicaciones del narrador son meramente escénicas, pero en Off Side, Torrente Ballester introduce tres elementos novedosos:
  • La puesta en escena de cada alternancia mediante una minuciosa descripción de los ambientes, al estilo de la nouveau roman francesa, tan tributaria de lo cinematográfico. 
  • La omnipotencia del cameraman que nos cuenta la historia íntima de los personajes, como si pudiera penetrar en su cerebro a partir del pabellón auditivo o de la niña de sus ojos.
  • La utilización de recursos de ambiente, como si el operador se despistase del busilis de la historia que está contando y se le desviase la mirada hacia unas señoritas de la barra del bar o al partido que están pasando por el televisor.
                En El Jarama se introduce esta técnica modernista y es Torrente, con su Off Side, quien la lleva a la mayoría de edad.
Quizá esté aquí una de las razones por las que esta novela no es tratada con el debido detenimiento por los críticos, por la tendencia a encasillar a los escritores. Torrente Ballester, autor realista en un principio, sorprende tanto con esta novela, que aquellos no se atreven a soplarle ni de lejos. Sin embargo, el novelista muestra con ella su gran versatilidad narrativa, pues escribió con maestría dentro del más puro realismo decimonónico y del modernismo con igual acierto. ¿Y qué decir de sus incursiones extraordinarias por el proceloso surrealismo con la Trilogía Fantástica, sobre la que sólo se ha atrevido Ángel González Loureiro en su estudio “Mentira y seducción”?
La verdad es que un autor tan prolífico y versátil como Torrente Ballester causa miedo a los estudiosos que, en su mayoría se limitan a ponderar sin comprometerse; ¡Hasta ahí podíamos llegar!
Descripción de ambientes.
                Con respecto a la descripción, qué mejor que una escena de la novela en la que Landrove, el protagonista, se ve con un malencarado chantajista profesional en una cafetería para vender unas fotos comprometidas de Anglada. Leonardo ha llegado antes que su interlocutor y el narrador aprovecha para describirnos el ambiente, mas no con imágenes, sino con sonidos o mejor, con imágenes de sonidos. Dice así:
«No es fácil descomponer el bullicio en sus factores primos, y, sin embargo, la clasificación teórica de los ruidos se resuelve con escasas palabras: voces, golpes, escapes. Las voces, a su vez, se pueden reducir a cuatro grupos: las preguntas (¿Qué va a ser?), las respuestas (A mí, un cortado), las órdenes (¡Dos con leche! ¡Una ración de tarta! ¡Que sean dos!) y las murmuraciones (Que te digo que el jefe es un cabrón). La división de los golpes es igualmente cuatripartita: de los platos con las tazas (o viceversa), de las cucharillas con las tazas, de los vasos y botellas entre sí y de objetos indeterminados con otros de la misma naturaleza. Los escapes son tres: de vapor dentro de un cacharro para calentar la leche, de vapor que se licúa al pasar por el depósito del café, y de vapor gratuitamente encomendado a la atmósfera. En cambio, los olores, por aquello de que se mezclan y, sumados, dan un olor nuevo, exigirían complicadas dicotomías. Predominan, sin embargo, el del café y el de la mantequilla a la plancha. Cuando alguien pide bacon, aquello se pone repugnante. Las personas constituyen dos grupos de inmediato discernimiento: uniformadas y sin uniformar. Las uni-formadas están siempre de pie; las sin uniformar se sientan si hallan dónde. Las primeras son varones (pantalón negro, chaqueta blanca, corbata negra, de lazo) y hembras (vestido azul, delantal blanco, cofia almidonada). Hay más mujeres que hombres, naturalmente, por lo cual las órdenes de los varones resultan imperativas, y las de las hembras, burlonas, si no chillonas. En el grupo de los sin uniformar, formado asimismo por personas de ambos sexos, cualquier clasificación sería caprichosa y, a la postre, inútil. Tendría que apoyarse en fundamentos fu¬gaces: los que están de pie o los sentados, por ejemplo, lo cual obligaría a admitir un tercer grupo, el de los tran¬seúntes, o sea, de los que no encuentran asiento libre, o los que, teniendo asiento, se impacientan y prefieren mantenerse de pie ante el mostrador, recibir lo servido por elevación, y sostenerlo con la izquierda, lo cual no es fácil si hay que cortar tarta o sopear un brioche».
                Luego se produce un larguísimo diálogo sin acotación alguna y, en medio de él, el narrador, digamos, observa que el establecimiento se llena de gente, con lo que se interrumpe el diálogo y, antes de continuar, dice lo que sigue:
Las once y veinte es la hora crítica. Hay más gente de pie que en los asientos, y los bollos calculados empie­zan a faltar. «Que sea con un tortel.» «Se han terminado.» «Y un donut, ¿no le queda?» «Es poco frito, de los que a usted no le gustan.» «Pues hazme una tostada muy pasada.» Seño­ras ancianas y de buen ver, que salen de la iglesia, vacilan con el misal en la mano, el rosario colgando: los caballe­ros de ahora no suelen ceder el asiento a las señoras, ni siquiera en la barra. Dos se apartan un poco y hacen si­tio; la señora de buen ver se cuela, con remilgos. «Lapren­sa de esta mañana. ¿Quiere el "ABC" o el "Ya"? No. "La Ga­ceta Ilustrada" no ha salido todavía. Llega los viernes.» «Te estás poniendo muy flaca, Josefina. ¿Es que te da marcha el pollo?» «Es que está cara la vida, don Francisco, y lo que una lleva a casa no da para boniatos.» «Pues, de propinas, ya de­béis de sacar para el tranvía.» El señor más cercano bebe rioja y muerde un «perrocaliente».

Omnipotencia del cameraman
                La segunda gran innovación de Torrente en Off Side es la que hemos llamado “omnipotencia del cameraman”, cuando enfoca el pensamiento íntimo de los personajes; en otras palabras, los pilla. Con los siguientes ejemplos se verá lo que se quiere decir:
                Fernando Anglada, tras conocer a María Dolores Induraín, le confiesa a Leonardo Landrove lo bueno que sería crear una tertulia de literatos dirigida por ella. Está hablado de esto por extenso a su amigo cuando, de repente, en el siguiente punto y aparte, también en presente, sin acotaciones, en un claro estilo libre directo, se transcribe el pensamiento del ricachón:
María Dolores Indurain, vestida con una túnica Imperio y tumbada en un canapé, explica, en correcto francés, a Alain Robbe-Grillet, que las condiciones economicosociales del país no permiten la existencia de una novela verdaderamente moderna, pero que el Plan de Desarrollo afectará, seguramente, a la orientación estética de los escritores españoles. La docta disertación de María Dolores es escuchada también por un coro de poetas puros y otro de novelistas sociales, que discuten las conclusiones por el sistema alternado de estrofas y antiestrofas. Fernando Anglada, vestido como Chateaubriand, asiste al espectáculo sin participar en él; un poco en la penumbra, se apoya con negligencia en la consola mientras hojea un atadijo de cartas amorosas. María Dolores se levanta la falda de la túnica, y aprieta, sobre la media rosada, una liga floja. Los circunstantes contemplan el poquito de carne que asoma por encima de la liga, y buscan in mente parecidos remotos que les permitan inventar algunas metáforas originales en que se exprese la singularidad del caso. El salón está tapizado de damasco verde manzana.
                Luego continúa con el diálogo, como si tal cosa: «A propósito de los escritores con talento…». «¿Qué opinas de mi plan?»
                También la viuda Moncha se ve sorprendida por el narrador en sus pensamientos, cuando se embelesa con una canción de su juventud:
La voz dengosa de Sarita Montiel deja el aire tran­sido de cachondeces insinuadas que alcanzan al mismo tiempo la medula de Moncha y ese lugar secreto de su alma donde yacen los deseos reprimidos. A la viuda de Peláez, «Compra y Venta», se le levanta el pecho pausa­damente, mientras entorna los ojos y balancea la mecedo­ra con leves, aunque enérgicos, empujoncitos del pie de­recho. «Señora, si usa "Perfil" en su colada, montañas de espuma limpiadora dejarán su ropa suave y fragante como la piel de un niño, como un pétalo de rosa en una mañana de primavera. "Perfil", el rey de los detergen­tes...» La señora viuda de Peláez inicia un paseo, en biki­ni y con sombrilla, por las rubias, por las cálidas arenas de la playa. Largos, ávidos dedos abisales surgen de la rompiente y acarician sus hechuras. La señora viuda de Peláez sale a todo color, y envuelta en espuma limpiado­ra, en la contraportada de «Life»; un coro de nudistas escandinavos canta a su alrededor «Tápame, tápame», mientras allá a lo lejos, a caballo de las olas, Afrodita Anadyomena tripula un fueraborda.

                Y luego sigue con la historia: «Delante de la tienda se detiene un automóvil reluciente de lluvia…»
                La obra está plagada de estos detalles íntimos, captados por la cámara indiscreta, como cuando Esquivel, pintor afectado y fatuo al que Anglada necesita para que apoye su candidatura a la Academia de Artes, afirma que el cuadro que más fama le ha dado es “La espada del Capitán” y tras decir Anglada: “Es que la gente, lo que le gusta de verdad son los asuntos patrióticos”, dicho con cierto ánimo pelotillero, la cámara descubre su pensamiento: un Gran Capitán que asola Europa y ante cuyo empuje los burgueses, desde los Pirineos hasta el Volga han de esconder a sus hijas y esposas, con muchas extravagancias más por el estilo. O aquella otra en la que el anarquista Aliones se le va la cabeza tras un discursito incendiario que le surge de la fantasía, sin más.
Recursos de ambientación.
                Se trata de desviaciones de la cámara hacia hechos ambientales. Son muy abundantes y, quizá uno de los más significativos, cuando Agathy está con Landrove en una cafetería. Este intenta convencerla de que es una bobada suicidarse, pero en una mesa de al lado hay unos novios. El narrador, auténtico profesional del vídeo, está muy atento a su trabajo, a los personajes de la novela, pero también se le van los ojos, y la cámara, hacia los novios, quizá preguntándose si terminarán besándose. Es este procedimiento del que podríamos llamar despiste narrativo, el elemento básico para que el lector se sumerja en la película de lo que se le narra.
En mitad del diálogo y en el mismo párrafo de acotación en el que se describe el comportamiento de los protagonistas, se enfoca a los novios y nos van diciendo cómo se toman la mano, como ella la retira, cómo tienen las caras muy juntas, cómo ella se da cuenta y toma un sorbo de café, etc. Entre tanto Landrove y Agathy siguen con su historia. «Agathy se estremece. Le tiemblan las manos tan visiblemente que las oculta. El novio intenta rozar con un beso la mejilla de la novia; ella enrojece, se yergue, apoya en el diván la espalda y la cabeza y mira hacia el frente». Como se puede apreciar, el narrador no da pistas sobre la persona que se está, digamos, filmando, pues el beso en la mejilla de la novia es contiguo al nerviosismo de Agathy, que esconde las manos. Al igual que este recurso hay otros muchos en la novela: retransmisiones deportivas, viejecitas tomando el café, señoras jugando al parchís, camareros mirones de piernas de las clientas… el texto está plagado de estos recursos.
                Quizá uno de los más sorprendentes es el que se presenta al principio: un extraño párrafo, en cursiva, sobre la importancia de la interpretación marxista de la historia, en relación con las tesis sobre Feuerbach, asunto plúmbeo y poco verosímil en una emisión radiofónica de la época. Cuando finaliza la cursiva, resulta que nos enteramos de que cuanto acabamos de leer es la transmisión radiofónica del sermón de un cura joven. Claro, todos los tenderos del barrio mueven el dial para evitar el sopor y una de ellas, la viuda Moncha, encuentra una emisora en la que canta Sarita Montiel. Es este uno más de los recursos de ambientación que venimos comentando, pero cualificado, pues se trata del primer párrafo de la novela y, ya sabemos de la importancia que se debe dar a los comienzos, pues en ellos suele establecerse el contrato narrativo entre el escritor y el lector. Con esta escena acústica, Torrente nos avisa de que estamos en una época de creciente conflictividad social, en el Rastro, nos presenta a su primer personaje, la viuda y avisa de que este tipo de intervenciones descriptivas del narrador va a ser la tónica general de la obra, y no nos defrauda.
                 En fin, para terminar, resta decir que aunque los personajes sean un tanto irreales, desde nuestro actual punto de vista, desde nuestro tiempo sociológico, la obra ha de verse en su contexto histórico. Pero, más importante, quizá que la trama es la forma en la que se expone, la depurada técnica artística que se elije. En palabras del mismo maestro Torrente, la credibilidad estética no está en función de lo que se cuenta, sino en el arte puesto en contarlo; esto es lo que hace creíble una historia.
Escalante, 3 de junio de 2012
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