viernes, 30 de noviembre de 2012

Auditores literarios (La labor del crítico)



        Toda nueva novela es un ladrillo, pan de gallofa de varios días, que el crítico no sabe por dónde hincar el diente y si tiene o no chorizo en su interior. La mira, la abre, escudriña todos los elementos del paratexto (índice, contraportada, título, etc.), la deja, la toma y se decide al fin por cumplir como un levantador de pesas con su duro cometido, tan incomprendido y denostado. Es un Pepito Grillo de la literatura, un ser de pequeño tamaño y chirrido estridente.


Se fijará, en primer lugar, en ciertos elementos básicos, que se aprecian a simple vista a los que llamará retinales, por retina, por ojo, porque le entran a través del sentido de la vista. Son mensurables, evidentes y suponen un buen punto de partida para su trabajo porque están ahí. Sabe que tras ellos existe una frontera más lejana, una costa aún difusa,  el mundo de lo creado por la narración, el lugar hipotético en el que el autor pretende secuestrar la voluntad del lector. También este mundo será objeto de análisis, la parte más importante del mismo, pero para llegar hasta allá hay que empezar por lo fácil, que la montaña es pindia, como decimos en mi tierra. Se calzará las botas de siete leguas, zapatones que suelen usar tanto los críticos literarios y se echará al camino.
El crítico es un auditor literario, un inspector de la hacienda artística, un ser malo por naturaleza que, aparte de su prominente nariz aguda, aguileña, descarnada, ha de disponer de un método, un protocolo de análisis, un portulano. Con él caboteará por las costas de las obra de los otros para detectar el nivel estético de los bajíos, la profundidad narrativa de las radas, la adustez o bonanza de los acantilados. Ese mapa estará compuesto por los elementos que, con mejor o peor fortuna, hemos llamado retinales.
        Son estos los siguientes: El argumento, la ambientación, la descripción (de personas, de espacios, de acciones), el diálogo, la acotación. Pero, más allá, en tierra adentro sabe que están los elementos pertenecientes al mundo de las ideas a los que llamará «fantásticos», objetivo final de su trabajo, en los que tiene intención de entrar a degüello con su afilado instrumental. Estos aspectos de tierra adentro, los que asientan sus raíces en el corazón de la tierra, son: la trama, el enfoque, el léxico, las figuras, los personajes, la verosimilitud y el contrato narrativo.
        Tanto unos como otros están tan entrelazados que la separación en categorías sólo puede entenderse a los meros efectos metodológicos. Los primeros se tocan y palpan, pueden ser enumeradas las descripciones, repetido el argumento y comparado con otros, puestas en fila las descripciones, incluso confeccionadas estadísticas de todo ello. También podríamos llamar a estos elementos «computables». Los segundos, sin embargo, los elementos fantásticos, son más valorativos: nos informan sobre si el léxico es apropiado o no, si se usan bien o mal las figuras de pensamiento y las de dicción, si los personajes han sido bien dibujados, si el conjunto o la parte es verosímil o no.
Por último, analizadas todas las partes de la obra, al ruin crítico le quedará una última arma letal, la prueba definitiva, la que no engaña y que consiste en responder a una simple pregunta ¿Me he sentido transportado a un mundo fantástico? ¿He paseado a gusto por las calles de la ficción? ¿Me he sentido visitante de lujo en la ciudad flotante a la que me han invitado a subir? Los sesudos estudiosos han dado en llamarla «prueba de la inmersión».
        El crítico independiente, no descafeinado, que no esté a sueldo de los grandes centros de poder literario, rara ave, auténtico freeelance, caballero andante con cara de malas pulgas, parte de una idea básica: la novela, para ser considerada como tal, no puede reducirse a una mera enumeración de hechos envueltos en una trama, sino que ha de crear un mundo fantástico paralelo al real. Los hechos cotidianos están ahí, al alcance de todos, no son literarios en sí mismos. Para que un conjunto de situaciones, acciones y circunstancias ensartadas sean elevadas a la categoría de novela se requiere que vengan preñadas por elementos estéticos, que sean artísticas y eso sólo se logra en el mundo paralelo de la ficción. Lo contrario puede ser literatura, más o menos buena, bien o mal redactada, pero no alcanzará jamás a ser novela.

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