miércoles, 24 de abril de 2013

CARIDAD REVOLUCIONARIA. Eileen Waltman


Transcribo, a continuación, un artículo de la prestigiosa activista madrileña Eileen Waltman, en la que proporciona ciertas ideas rompedoras, instrumentos de combate revolucionario, que nos complace ayudar a difundir.
CARIDAD REVOLUCIONARIA
Eileen Wlatman.............


        Lo primero criticar el título de este artículo porque pocas contradicciones pueden ser tan notorias como esos dos términos: caridad  y revolución, caridad cristiana se entiende, revolución de los de abajo, digo. Son contradictorias porque quien practica la primera acepta el orden establecido y aquellos que persiguen la revolución buscan que se haga justicia, no que se pongan al enfermo parches melifluos.
Sin embargo, no lo cambio porque deseo subrayar el trabajo extraordinario, para sus fines claro, de organizaciones católicas como Cáritas, cuyas cocinas no paran de trabajar por atender a miles y miles de desharrapados, cada vez más; víctimas de un sistema que pretende empobrecer a toda la población, hacer tabla rasa de la economía y los recursos para luego reconstruirla con sombras de cementerio, con personas descerebradas por el miedo e inservibles, zombis sociales.
Esa organización y otras afines son la punta de lanza de la Iglesia Católica, organización multisecular que huele el peligro en el ambiente como el lobo detecta la inminente extensión del incendio por el bosque. Saben bien que los pobres son su objetivo, su tabla de salvación para mantener los ingresos de parroquias y curatos, de obispados y canonjías. Los ricos están asegurados y no hay visos de lograr mayores donaciones, que son agarrados de bolsillo incluso para auxiliar a sus fieles amigos con sotana, hábito y bragas de bayeta; es preciso sacarles la tela a los pobres: que sigan encargando misas, rosarios, comuniones, funerales, bodas. Esa es la base de sustentación de la Iglesia eterna, la que no puede menguar, la que hay que aumentar y, para eso está Cáritas regalando al pueblo desde su más generoso espíritu caritativo, santo y pastoral. Con la misma finalidad de servir de polo de atracción de los humildos, ha nacido un nuevo santo, un papa de los pobres, un Francisco de Asís redivivo, de rodillas sangrantes de tanto como se humilla frente a las llagas abiertas de los pobretes de Dios. Saben que en los indigentes está su futuro, el mantenimiento de los privilegios, la manduca, en fin. ¿Por qué no aprendemos de tan eficaz organización?
        Hace tiempo, antes de que estallara el ojo del huracán, escribí un opúsculo que titulé Levantaos, porque indignarse no es suficiente. Eran los estadios preliminares de la Revolución en la que, aunque no se crea, estamos ya metidos sin remisión. Salía al paso de otra obrita, muy light, de un veterano combatiente francés: Indignaos. Eran tiempos de las grandes movilizaciones, de la Primavera Árabe, de las concentraciones de Madrid… la prehistoria, vamos, aunque haya transcurrido tan poco tiempo. Por aquel entonces se pensaba, con la más inconsciente ingenuidad, que el cambio sería absoluto e inminente, pacífico e inevitable, fruto de la voluntad del pueblo. No se contaba con el efecto natural del miedo: la inhibición de la acción, la desmovilización.
        El pánico paralizó al proletariado alemán en tiempos del nazismo. Trazó una amplia autopista por la que rodaron millones de judíos, de deficientes, de pobres, de homosexuales y de comunistas, hasta los hornos crematorios. Todos marchaban con miedo pero esperanzados de que no fueran ellos las víctimas, a la postre, de que lo fueran otros. Dicen que la esperanza fue el único mal que quedó dentro de la caja de Pandora cuando se abrió y que ese vicio capital es el que permite al humano vivir de ilusiones.
Hoy se está repitiendo la historia. Pensemos, por ejemplo en los funcionarios, los nuevos judíos los culpables de todos nuestros males, esos canallas de narices prominentes, culos gordos de tanto estar sentados y barrigas  de vividores, esos que se han comido el dinero público, los que tienen que desaparecer por el bien de todos; al menos así nos los presenta la propaganda oficial y extraoficial. ¿Alguien duda de que es el despilfarro de las administraciones lo que  nos ha llevado a este callejón sin salida? ¿Alguien mira hacia los bancos y sus exagerados beneficios y a su vieja voluntad de conceder créditos a toche moche? Sí, claro, pero los funcionarios… son muchos, y hemos gastado con alegría, y eso no volverá… y hay mucho amigo en la Administración, mucho conserje y mucho paniaguado… con todo eso hay que acabar. ¿O no es cierto que se piensa así? El otro día, un pariente con el que poseo en proindiviso una casucha en un barrio pobre de Madrid, hombre muy del pepé, me dijo que bien podríamos alquilarla en seis mil euros al mes e ir pagando así los gastos… «que siempre habrá algún funcionario que pueda asumir tal renta», afirmó tajante; ¡santa estulticia! Es lo mismo que se decía de los judíos, que siempre guardaban los doblones en los pliegues de la faltriquera.
Además, para que el símil funcionario-judío se total, vemos cómo se realizan día a día actos de hostigamiento y humillación contra ese colectivo de gentes atemorizadas: aumento de horarios de trabajo, disminución de salario, eliminación de pequeñas ventajas como días de permiso, eliminación de pagas, etc., medidas todas que no se pueden justificar con la falacia del aumento de la eficacia; al contrario, son claros actos de intimidación. El final está claro: su exterminio y la sustitución por una nueva raza de empleados chupópteros: los arios, los amigos de los amigos, las jóvenes promesas de la privatización general, que saldrá más cara que cien administraciones actuales.
¿Empiezas por la caridad y sigues por los funcionarios, Eileen? ¿No desvarías? No diré que no, dado que soy bastante mayor, pero todo está entrelazado, pues cuando se acabe con los funcionarios empezarán con los pensionistas y se dará la puntilla al resto de la clase trabajadora. ¿El objetivo?, que nuestra economía quede como una tabla rasa para que luego pueda ser reconstruirla con capital del norte. Los que dirigen, al más alto nivel, que creo sí existe una amplia conspiración contra el pueblo, han llegado a la conclusión de que ya no hace falta una demoledora guerra genocida para acabar con los medios de producción, que basta con el control de la información y el miedo.
El miedo, ese gran desmovilizador. Los movimientos de resistencia, en especial en Madrid, son muy activos y, me consta, repletos de gentes comprometidas, dispuestas a batirse con quien haga falta. Su vanguardia, está claro, el movimiento de los escrache y de la lucha contra las hipotecas, ámbito en el que se pone en entredicho todo el sistema y la función social de la propiedad. Recuerdo que cuando era yo trotskista, ¡oh tiempos!, se hablaba de consignas de transición para referirse a reivindicaciones como la dación en pago, en las que se ponía en entredicho la esencia del sistema, sin salirse del concepto de justicia, y que  servían para poner en evidencia las más agudas quiebras del sistema.
Es un acierto la lucha comprometida de estas gentes, y la de otros cientos, miles de activistas en todo el estado,  pero no suficiente.
No es suficiente porque la población está aterrorizada, esperando el palo de los viernes, las medidas dictadas por los del norte a sus vasallos españoles, y así no se puede sacar a la calle al pueblo en las proporciones que serían necesarias para cambiar el escenario. La vanguardia bienintencionada se maravilla de que, pese a tanto sufrimiento, nadie se mueva y se aguante latigazo tras latigazo en nuestras tiernas carnes de gentes acostumbradas a la quietud del consumo. ¿Cómo es posible algo así? Gracias al gran aliado de la oscuridad: el miedo.
No se puede luchar contra él sólo con palabras. El objetivo de todos los movimientos sociales conscientes de lo que está sucediendo es extender la movilización, aumentar el radio de conciencia para movilizar más, para aumentar el radio y movilizar más, y así sucesivamente. No es mala idea eso de la espiral revolucionaria, pero resulta ineficaz porque el voluntarismo nunca venció al pánico.
Y aquí viene a cuento la referencia a la caridad cristiana: lo que yo propongo es imitar al adversario.
En Palestina, el grupo islámico Hamás avanzó, durante años, gracias a trabajos constantes de asistencia social. Formaban comedores sociales, proporcionaban asistencia jurídica y médica, llegaron a facilitar hasta protección policial; crearon, en definitiva, la estructura paralela del poder. Parece ser que esa es la técnica preferida de trabajo de los movimientos de masas islamistas, como los Hermanos Musulmanes —ya podemos prepararnos para esa nueva ola que se aproxima cada vez más—. No todos los ciudadanos pueden aportar su brazo armado a la revolución islámica, una viejecita de El Cairo no participará en las manifestaciones, pero aportará un kilo de arroz al comedor social; ya estará colaborando. Un niño desnutrido no es útil en la intifada, pero cuidando su bienestar están preparando a un fadayín. Un obrero reacio  participar en huelgas, si es asistido por los servicios jurídicos del movimiento, perderá sus reticencias para apoyar a sus hermanos. La filosofía de estos movimientos es muy simple: ayudar al pueblo, en sus necesidades básicas, algo que no hace el Estado.
Otra muestra de este método de lucha callada y activa está en los primitivos cristianos. Según el filósofo marxista Kark Kautsky (Orígenes del Cristianismo)  en los turbulentos años de la Judea del tiempo de Jesús, las posturas estaban muy radicalizadas y había varias sectas enfrentadas: esenios, fariseos, zelotes y, por supuesto, los cristianos o los que luego adquirieron tal nombre. Estos se diferenciaban de los demás grupos en que trabajaban en Jerusalén, entre el lumpen-proletariado urbano, proporcionando, sobre todo, asistencia social y comedores. De ahí el simbolismo cristiano de la eucaristía.
Por último, se me ocurre otro ejemplo más cercano, la Unión de Hermanos Proletarios que surgió en 1936, en España, para unificar las fuerzas de las diversas tendencias obreras a partir de una idea básica: atender a las necesidades primarias del pueblo. No habría sido posible la resistencia, durante tres años, a un ejército profesional y bien armado, si no se hubiese contado con esta fuerza capaz de aunar los intereses de todo el proletariado, pues sabido es que cada organización tiraba del carro para su esquina. ¿En qué consistía el trabajo de la UHP?, en construir comedores y escuelas, en formar asesorías jurídicas y médicas, en difundir la cultura entre los más desfavorecidos y otras pequeñas actividades que no se traducían en movilización inmediata, pero que fueron la base de la unión obrera.
        ¿Qué hacer, pues? Seguir con las movilizaciones, organizar manifestaciones, apoyar todo movimiento reivindicativo, aumentar la base para la acción, organizarse, organizarse, organizarse… pero, además, crear cocinas económicas revolucionarias, dar asesoría jurídica al margen de los sindicatos, crear oenegés de médicos sin fronteras dentro de nuestras fronteras, organizar casas de cultura, casas del pueblo, lugares de acogida a mujeres maltratadas, atención organizad a los desahuciados, fondos económicos de solidaridad y cooperativas de consumo y autoayuda. La idea es que, cada cuatro activistas sociales comprometidos, tres puedan enfocar sus energías hacia la asistencia social. 
        Sólo con una Cáritas Revolucionaria, podríamos aumentar el círculo de la movilización. Sólo atendiendo al pueblo, creando lazos de solidaridad entre los maltratados hijos de nuestra patria, podremos enfrentarnos al miedo.
        Pese a todo, la Revolución ha comenzado.
En Madrid, a 23 de abril de 2013.

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