domingo, 18 de agosto de 2013

LA ESTATUA DE PINZÓN


Corría el año del Señor de 2011, hacia la primavera, cuando me presenté en Andalucía para promocionar mi libro: "El Cartógrafo de la Reina", obra que comienza por las declaraciones de Juan de la Cosa, mi protagonista, sobre la familia Pinzón, de cara a formar materiales procesales para los pleitos colombinos.

A lo que iba, que llegué a Andalucía acompañado de una tromba de agua y frío como nunca jamás se viera por aquella latitud; era como si llevase yo la nube detrás. Tuve éxito en Sevilla, magnífico, y en Huelva, excelente, pero en Cádiz sólo me escucharon tres personas pues, claro, había partido, ese maldito partido del siglo que se repite cada trimestre en esta tierra de garbanzos. Una vez terminado mi trabajo, pasé por Palos, localidad de promisión, en la que nunca había estado, pese a haberla descrito en mis libros, y me llegué hasta las estatuas de mis admirados hermanos Pinzón. Arreció en ese momento el aguacero y yo en pleno descampado. Miraba y remiraba para hacerme una composición de lugar sobre cómo debía de haber sido el paraje en tiempos pretéritos; el agua me caía por el rostro, mi mujer me llamaba desde el coche, pero yo aguantando, que para eso soy de Santoña, casi, como mi protagonista, tierra umbría y húmeda por demás. Me encaramé a la peana del monumento para mejor otear las llanuras aledañas y, para evitar un traspié, me sujeté al bueno de Martín, creo que era él y, justo en ese instante, ¿pueden creerme?, retumbó un trueno. Yo que, de mi natural, aunque español, soy más bien cobarde, me despedí como pude de Martín Alonso y de Vicenyáñez, cuyos rostros de piedra parecían burlarse, o al menos así lo creí, como si dijesen: ¡macho, eres todo un marino... de agua dulce. Mucho Cantábrico, galernas y tal, pero a ti querríamos haberte visto con un huracán a la espalda! Como pueden comprender no estaba en condiciones de discutir con tan ilustres navegantes, amigos míos como pocos, y me encerré, a todo correr, dentro del coche. Tuve que aplicarme un pelotazo de ventolín, pues soy asmático. Y, en fin, esa fue mi primera y última visita a Palos. Tengo que volver con más tiempo, ahora que ya llevo tres novelas sobre el Descubrimiento y, a lo que se sabe, no ha vuelto a llover tan copiosamente en Andalucía desde entonces.

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