viernes, 16 de agosto de 2013

LOS ESPAÑOLES LAS PASARON CANUTAS EN AMÉRICA, HASTA QUE A CARLOS DE GANTE LE TOCÓ LA LOTERÍA

   Mientras don Carlos de Gante, el futuro Carlos I, el Emperador, succionaba el regio pecho de su madre Juana la Loca, en contra de toda la corte incluido su esposo Felipe, que la presionaba para que dejase la labor a las nodrizas, que para eso estaban, pues era un escándalo que una regia persona se dedicase a tales menesteres… mientras esto sucedía, digo, los españoles estaban mal muriendo en El Caribe.

El escorbuto, pese a la abundancia de papayas y guayabas, hacía estragos entre los nuestros; la sífilis era ya una plaga; la modorra pestilencial, una especie de gripe depresiva, campaba por sus fueros; la falta de alimentos —porque los castellanos eran unos señoritos a la hora de comer y no estaban dispuestos a rebajarse a mascar yuka y batatas— era un mal endémico… En fin, imperaba el sufrimiento pero, con ser lo anterior horrible, el mal más doloroso era la constatación de que en aquella tierra no había oro suficiente, como se había esperado. Cerca de Santo Domingo se hallaban, sí, unas minas, pero que se agotaron pronto por la sobre explotación. Además el oro rescatado a los indios, sacado de sus ajuares acumulados durante generaciones, era de muy baja calidad. Está muy lograda la escena de la película 1492, cuando unos nativos llevados por Colón a la Corte van repartiendo preseas entre los comensales en el banquete de recepción al Almirante; en ella vemos el fondo del problema histórico: no se trajo de América nada de calidad que ofrecer a la Corona. ¿Por qué, entonces, perduró el proyecto? Porque no costaba nada al fisco, pues eran los capitulantes los que afrontaban los gastos y, encima, pagaban un quinto a los reyes por sus capturas. Por eso se sobreexplotó la tierra y se inventó la encomienda, una de las más brutales formas de exterminio. Consistía en que al encomendero se le encargaba la explotación de un determinado territorio y se le entregaba un paquete de indios para que lo trabajasen, especialmente en labores mineras; claro que tenían los cristianos que velar por sus almas, lo que era fácil de cumplir con bautismos forzados y oficio de difuntos tras el deceso, pues pocos indios se libraban del peor de los finales, que sólo podían evitar por medio del suicidio; cuentan las crónicas que los caminos estaban plagados de indígenas, familias enteras, que se colgaban de los árboles, única manera de acabar con sus tristes vidas, dada la prohibición de portar armas. En fin, horrible, pero la Corona se llevaba su quinto, como estaba mandado. Total, que en muy pocos años, la Española quedó como tabla rasa en lo tocante a recursos materiales y  humanos, y todo para obtener muy poca riqueza. Para colmo de males, no se encontraba el paso de la Especiería, hacia las legendarias Catay y Cipango, ese al que se había referido Ptolomeo con el nombre de estrecho de Catigara.  Todo parecía indicar que se había hecho muy mal negocio. Lo cierto era que poco se sabía de las costas orientales de Asia, al menos en España, pues los portugueses callaban sus secretos, como lo demuestra el patrón real que fue copiado por Cantino, del que ya hemos hablado, y que tan bien describe aquellas zonas. No deja de ser todo esto muy curioso pues el comercio con Asia databa de la época romana, como tan bien explica Paul Herrmann en su monumental obra “Historia de los Descubrimientos”. Según este autor, si los comerciantes de la Urbe marchaban por mar, se ahorraban diez meses de travesía; así, hacia el año 30 antes de Cristo, los barcos romanos que surcaban el mar Rojo en dirección a la India llegaron a ser un ciento, pero nuestros antepasados latinos eran unos redomados zorreras pues, para no dar posibilidades a la competencia no ya escondieron sus mapas, sino que ni tan siquiera llegaron a confeccionarlos. El que sí estaba muy interesado en el descubrimiento del paso era el rey Fernando el Católico, bueno, más que rey regente tras la muerte de su esposa, que falleció en 1504. Al año siguiente convocó a los más importantes viajeros y cartógrafos del reino (Juan de la Cosa, Vicente Yáñez Pinzón, Amérigo Vespuccio y Álvarez de Solís) en lo que se llamó la Junta de Toro. En tal reunión se acordó formar la Flota de la Especiería y hasta encargaron la fabricación de los barcos a Martín Sánchez Zamurdio, de Bilbao. Eran tres las posibilidades de hallar el paso: por el Norte, lo que parecía imposible según los datos con que se contaba, muy fieles en lo tocante a la configuración de la costa; por el Sur, muy abajo, en tierra austral —no olvidemos que Álvarez Solís llegó a ser el descubridor del Río de la Plata, donde murió, como Juan de la Cosa, asaeteado—; y por el Caribe, allá donde el santoñés había dibujado un San Cristóbal, a la altura del golfo de Urabá, pues ahí se creía estaba el paso. Fernando el Católico llevó estos trabajos muy en secreto, pero pronto tuvo que marchar a Nápoles pues llegaron Juana y, sobre todo Felipe I, su esposo, el Hermoso, como elefantes en una cacharrería y tomaron posesión del reino.  También el nuevo monarca que, pese a ser consorte era quien cortaba el bacalao, intentó formar dicha flota de la Especiería, y convocó a los mismos protagonistas a una reunión de expertos: la Junta de Burgos, pero esta vez se hizo a bombo y platillo, bien alto para que se enterasen los contrarios, los portugueses; decididamente, el bueno de Felipe, todo lo que tenía de guapo le sobraba de bobo. Lo cierto fue que el proyecto, como tal, fracasó por la inconstancia del rey, pero los marinos implicados siguieron buscando por su cuenta, mediante capitulaciones individuales, su oportunidad. Vicenyáñez, Álvarez Solís y Vespuccio por el Sur y Juan de la Cosa con Ojeda por el Caribe. Pero no hubo manera, ningún paso hallaron y eso que Vespuccio, dicen, llegó casi a oler el estrecho de Magallanes.
Dejemos, amigos, la historia aquí para tornar a  don Carlos de Gante, el futuro emperador. Nació en 1500, de forma que cuando sucedían los hechos antedichos era un frágil infante. Cuando tenía quince años le hicieron señor de los Países Bajos. Respecto a Castilla y Aragón, hasta el último momento su abuelo Fernando dudó en testar a su favor, con lo que el chico estaba con el futuro pendiente de un hilo. En  1516 fue nombrado gobernador de Castilla en sustitución de su madre Juana y cuando, ese mismo año, murió el regente don Fernando en Madrigalejo, fue coronado Carlos rey de Navarra. En 1518 juró como titular de Castilla y en 1519 fue admitido como monarca de Aragón por las Cortes mañas, pero ese mismo año fue designado también Emperador del Sacro Imperio y tuvo que ir a Flandes para tomar posesión, claro, pues le interesaba más, con lo que no pudo asistir a las cortes aragonesas en Valencia, razón por la que su nombramiento como rey de media España no tuvo efecto legal hasta mucho más tarde. Es decir, que el joven, de diecinueve años, estaba alocado, pero no por diversiones mundanas, sino por preocupaciones excesivas para el más bragado hombre maduro; ¿cómo iba a atender a las necesidades de un puñado de súbditos que morían en el Caribe, preocupado como estaba por su futuro incierto?

Eso sí, cuando cumplió su decimoprimer año, le tocó la lotería porque en 1519 sucedieron tres hechos extraordinarios:  1.- Francisco Pizarro ejecutó a Vasco Núñez de Balboa y comenzó la conquista del Perú. 2.- Hernán Cortés, desobedeciendo las órdenes del gobernador de Cuba, marchó sobre el imperio Méxica. 3.- Magallanes dobló el cabo de Hornos. ¿Qué significaron todos estos acontecimientos? Que en tiempo del mozalbete imberbe, Carlos de Gante, se cumplió el gran deseo de sus abuelos: hallar las más fabulosas riquezas en América: el oro del Azteca, la plata del Potosí y el oro del Cuzco; aparte de la posibilidad de acceder, por fin, a la tierra de la Especiería, a la India y a China. ¿No fue esto una lotería? El chico dispuso de medios económicos como ningún monarca de cualquier época y lugar tuviera jamás. Seguro que preguntaba a sus edecanes sobre dónde estaba esa tierra de la que decían era dueño, cuyos caminos estaban empedrados en oro y de la que le llegaban riquezas impensadas que no había pedido. ¿Qué hizo el jovenzuelo con tan fabulosos fondos? Lo veremos en el próximo capítulo, que ya llega el alba y se acaba la hora de los duendes. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario