lunes, 17 de marzo de 2014

LA GESTIÓN DE JUAN DE LA COSA EN PORTUGAL

        Como he dicho más arriba, o más abajo, porque aquí en Facebook no se sabe, en El mapa de tierra firme  (¡que ya viene, que ya viene!) he insertado una novelita que se titula El dado de marfil, en la que trato de la notable aventura que Juan de la Cosa corrió en Portugal, a donde fuera por encargo de la reina. 

              Pero, ¿a qué puñetas fue el santoñés al reino vecino? ¿Es que doña Isabel no tenía otros espías? Parece que para el cometido encomendado no había nadie más capacitado que Juan. Uno de los hombres de confianza del reino en Lisboa acababa de ser asesinado; su cadáver apareció flotando en el Tajo, y Castilla se quedó sin contacto con el agente doble que tenían infiltrado en la corte de la Casa de Avis: Amérigo Vespuccio, todo un personaje también, una especie de Colón aunque con más mundo que se las daba de ser el mejor navegante de todos los tiempos, cuando había aprendido el arte de la mano de Juan de la Cosa, ya que su profesión era la de director de sucursal al servicio de la banca florentina en Sevilla. Pues parece que este cara dura había marchado a Portugal para ofrecerse al rey Manuel, dicen que compinchado  el italiano con doña Isabel, para ver si le fletaban barcos con que descubrir el Paso a la Especiería, del que tanto he hablado en este foro, ya saben el camino que abriría la ruta hacia Catay y Cipango de una maldita vez, pues estaba claro que aquellas tierras que se acababan de descubrir no eran las ansiadas del extremo de Asia. Los vecinos estaban empeñados en buscar el paso por el sur, pero tenían un pequeño problema, que a partir de aproximadamente la altitud en la que hoy se encuentra Río, hasta el cabo de Hornos, eran aguas castellanas. A los de Castilla no les importaba mucho que fuesen los portus quienes descubriesen el paso, pues tenían las aguas bien registradas a su nombre y, si lo descubrían, enviarían allí a toda su fuerza con la ley en la mano y se quedarían con el pastel. El problema era que su hombre, el bueno de Amérigo, había hecho mutis; en casi tres años no dijo esta boca es mía. No se sabía si había encontrado el paso, ni si para ello había tenido que entrar en aguas jurisdiccionales castellanas. En fin, que se había roto el contacto, sobre todo tras la muerte del espía encargado de seguirle los pasos al florentino. ¿Qué hacer? La reina lo tuvo claro: enviar a su hombre de confianza, a Juan de la Cosa, quien, además, era amigo de Vespuccio pues había navegado con él en la primera expedición con Ojeda, esa de la que ya os he contado, en la que este hizo el pirata de lo lindo. Bueno, pues de esto trata la novela, de todo lo que sucedió en aquella aventura lisboeta de nuestro Cartógrafo, de la que bien pudo no haber salido con vida. En la ficción son dos los que nos cuentan la historia: Lope, el narrador, que participó en la aventura, y Pedro Jado, el jefe de la policía lusa, original de Argoños, que nos da la versión portuguesa de tal gesta. ¿Dónde ponen en común sus experiencias? En Argoños, en el palacio de Pedro, donde se había refugiado este, perseguido por sus antiguos patronos, los reyes de Portugal. ¿Morirá Pedro como consecuencia de su deseo de suicidarse a base de comer sin parar? ¿Lo matarán los portugueses? ¿Sobrevivirá? ¿Y Lope?, ¿comprenderá por fin los misterios de aquel viaje que hacía casi veinte años realizó con Juan de la Cosa? ¿Por qué el Cartógrafo ocultó información hasta a los más íntimos? Todo eso y mucho más en El dado de marfil, novela integrada en la tercera entrega de la trilogía sobre Juan de la Cosa, El mapa perdido. Pronto en sus pantallas, digo en sus librerías. 

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