lunes, 16 de marzo de 2015

NOVELA HISTÓRICA... ¿POR QUÉ NO?

Una novela histórica es como todas las demás novelas: requiere una planificación minuciosa a partir de una idea generatriz, un proyecto básico, un proyecto de ejecución, la delimitación de unidades de ejecución, estudios de detalle y alzado. ¡Qué terminología! Se nota que he sido urbanista, ¿verdad?
Su especificidad, sin embargo, radica en que el proyecto básico viene dado por los hechos históricos.

Lo anterior sea dicho de una manera general, para entendernos, pues diferente es la secuencia histórica y la secuencia narrativa. La secuencia narrativa supone que en el transcurso de los hechos intercalaremos las peripecias de nuestros personajes. A la hora de la verdad, mientras estudiamos y ubicamos en su sitio el hecho histórico, su fuerza arrastra al hecho ficticio, de manera que podríamos decir, sin mucho error, que el proyecto básico viene dado.
Por esto, precisamente, es recomendable que los escritores que se acercan a este arte de Calíope dediquen algo de su actividad a afilar la pluma en novelas históricas. Eso, por ejemplo, hizo Jonathan Swift, quien dentro de su producción nos ofrece una gran cantidad de relatos cortos que no debieron llevarle mucho trabajo, aunque eso sí, no son novelas sino mera divulgación histórica. 
Hay dos formas de acercarse a la novela histórica: la vía del apasionamiento y la del ejercicio de aprendizaje.
Personas hay que sienten verdadera pasión por la Historia, mejor por determinados momentos de la historia. Les hay a quienes les vuelven locos las crónicas de romanos, a otros todo lo relacionado con los egipcios y hasta hay quien se chifla por la levita de Napoleón. Hay gente pató, como dijo el Gallo. Como son forofos de la historia y hasta saben redactar, terminan, tarde o temprano, lanzándose a la aventura de escribir una novela histórica. Sin arte literario perpetran graves atentados contra la literatura. Catedráticos de historia con grandes tesis y libros varios sobre la época de Al Andalus, pero que no han escrito más que cuentos de enanitos para sus hijos cuando eran chicos, se lanzan a componer novelas como Almanzor, pinto el caso, con un par de razones: quiero y puedo. En ocasiones tienen cierta proyección mediática y académica y creen que pueden convertir su obra en best sellers, total, escribir lo hace un tonto, yo tengo mil tesis escritas. El resultado de este afán de los profesores o de los legos que son muchos más, bestsellerados, es la confección de productos mercantiles que apenas tienen valor literario y que nada más ser asimilados por el lector, pasan a la papelera de reciclaje del cerebro en su integridad, es decir, al olvido. Con este comportamiento el noble arte de escribir novelas históricas, las herederas directas de los poemas épicos de la antigüedad, se ha desprestigiado hasta tal punto que muchos creen que el subgénero es literatura basura. Lo malo es que tienen razón; al menos un noventa por ciento de todo cuanto se escribe es de esta pésima condición.
Pero hay otra forma de acercarse a la novela histórica: el de la práctica literaria. Todos los conocimientos que se aprenden en un taller pueden aplicarse, rodar y experimentarse en este tipo de obras, pensadas como ejercicio. De hecho, lo normal es que estas prácticas terminen en obras de notable calidad. Pero, sobre todo, la Historia, en su multiforme presencia, está al alcance de todos, y más hoy día, con los medios técnicos de que dispone el escritor. Por lo tanto, mi primer consejo: no liar el ovillo con complejos argumentos contemporáneos; muy al contrario, aconsejo practicar con relatos cortos de trasfondo histórico o, ¿por qué no?, con novelas históricas. 

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