jueves, 19 de julio de 2012

Diego Trelles Paz. El círculo de los escritores asesinos.


A la espera de poder leer la nueva novela de este excelente escritor, Bioy, anunciada para este otoño, van ahí unas reflexiones sobre su otra obra: «El círculo de los escritores asesinos», publicada por Candaya.



       Si yo fuera el cura o el barbero, encargado de castigar la maldad de una biblioteca poblada de “metaliteratura” y me topara con el “Círculo de los escritores asesinos”, de seguro la indultaría y, de seguro, no seguiría la suerte de muchos hermanos suyos a los que mandaría, irremisiblemente, a la hoguera. Y digo, que esta obra del peruano se libraría del fuego porque la calidad puede mascarse en cada rincón de sus páginas. Está claro que ha sido fabricada por un consumado escritor, no como otros, más bien consumidos. Diego Trelles me cogió por sorpresa y a traición desde las primeras líneas. El  triste Ganivet leyendo a los presos las aventuras del Hidalgo, parecía narrar sólo para  captar mi atención. Al contrario de otros autores, que usan el argumento como un mero instrumento para explayarse en sus lucubraciones literario-filosóficas-culturales, Trelles logra el equilibrio entre trama y contenido. Aunque las comparaciones son odiosas y tengo gran aprecio por la obra de Vila-Matas, en especial Dublinescas y Aire de Dylan, en Doctor Pasavento, por ejemplo, el catalán termina aburriendo con tanta entrada y salida de hoteles: Ahora paseo, ahora me siento y miro el Sena y pienso, luego paso a Roma, vuelvo a París, recuerdo, paseo por la calle, reflexiono sobre la vida y las cosas, y cito, y leo, y escribo, y me encuentro solo, y vuelvo a pasear, etc. etc. Nuestro autor, por el contrario, mantiene la tensión narrativa, sin dejar por ello de hacer sus excursiones mentales. Con Trelles, lejos de sentirme apabullado por las exhibiciones culturales de sus personajes, el lector se encuentro a gusto. Son estos gentes fracasadas, jóvenes sin futuro en una tierra carente de horizontes. Las escenas se mueven en un ambiente oscuro, sórdido, decepcionante. Describe muy bien el contraste entre sus pretensiones literarias, manifiestas en mil citas prolijas y en muchas ocasiones cercanas al ridículo, y la cruda realidad del grupo. La decisión asesina es una mezcla de tensiones, frustraciones, lecturas, deseos, competitividad, todo un elenco de actitudes negativas y paranoicas, fruto de la vida en la frontera entre la realidad y la ficción por la que transitan los héroes de esta historia. Los miembros del Círculo son estrafalarios y pedantes. Con sus abundantes citas entran en una dinámica de competición erudita y personal que les va delimitando. No sólo luchan por los favores de Casandra, sino que se angustian cuando desconocen la película o el director que cita otro del Círculo. Son esperpentos, lo que deja traslucir, quizá, una crítica de los libros que juegan con conceptos metaliterarios. Esta tendencia satírica es, para mí, aunque creo que soy el único crítico de esta obra que sostiene tal tesis, evidente a lo largo de toda la novela. Por ejemplo, cuando el personaje secundario Erasmo Fernández le dice a Chato con claridad lo que piensa de él, que es un pobre diablo, justo la opinión del lector. Sin embargo, al igual que éste sigue leyendo, aquel continúa escuchando, porque ambos están interesados en la narración, pese a su mucha pedantería erudita, que no desentona en el conjunto del cuadro. Pero la más evidente afirmación de esta voluntad crítica con este tipo de literatura, son las palabras de Chato cuando dice que el arte es en el fondo un acto criminal… «Entender esto en su aspecto práctico es imposible para quien conciba la literatura como un acto primordial de supervivencia». En otras palabras, necesitaba que el grupo no muera para sobrevivir él mismo. Dejar al grupo no sería una simple huida de la oscuridad en que se mal convive con la locura, sino también el abandono definitivo de las compañías mentales, las lecturas, las citas; el fetichismo, en definitiva, del material literario como fuente de inspiración.
Le falta a su obra, sin embargo, un elemento básico: el humor, más no porque el autor carezca de él, como se demuestra en las notas, sino porque prefiere usar colores oscuros para resaltar un mundo decadente; es un Goya dibujando las escenas de la guerra. Las notas son una excelente técnica para jugar con los niveles narrativos. El Cide-Hamete de Trelles, Sawa, refresca la lectura de la novela con sus abundantes comentarios agudos y entretenidos. Por último, no hay que olvidar las excelentes escenas de acción, como la muerte del mejicano en el burdel. Ahí, en la distancia corta, se nota la madera del escritor de una sola pieza. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario